viernes, 18 de marzo de 2016

No vuelvas a Japón

A veces pienso, y no me gusta pensar, que pienso demasiado. Pienso en qué es pensar, y pienso que no siempre está bien. Hay pensamientos que sin confusos y que en lugar de aclararnos nos nublan la mente. Pensar no aclara dudas, pensar sólo hace que volvamos a los orígenes y que dudemos de todo excepto de unas pocas cosas, que de poca ayuda nos son en la mayoría de ocasiones. Pensar no es fácil, es difícil. Y aun más lo es pensar bien.

Aprender a pensar es una de las grandes carencias de la educación actual. Sin embargo, la sociedad es condescendiente, pues se empeña en abrumarnos con cantidades ingentes de información y basura visual y auditiva para evitar que ejecutemos el ejercicio de la razón demasiado a menudo. Sin embargo, se trata de un flaco favor, puesto que los dilemas morales y situaciones descabelladas a las que uno debe hacer presente durante su vida permanecen, de modo que nosotros somos los que estamos más incapacitados para resolverlas, o dicho de otro modo, para reflexionar sobre ellas. Quizás, y sólo quizás, si supiéramos un poco más acerca de modos de pensamiento, no acabaríamos enmarañados en la tremendamente complicada teoría de cuerdas que se cierne sobre nosotros en determinadas situaciones.

Pensar es un lío, y a veces es mejor optar por la opción fácil y apagar el interruptor que da cuerda a ese soldadito interior que se queda haciendo la guardia hasta por la madrugada, y disfrutar de las cosas que tenemos, porque esas son las que más importan en este momento.

Vamos a dejar de trazar líneas de pensamiento hasta Japón, y vamos a intentar centrarnos en un detalle, en esos pequeños detalles que son claves, que nos definen que son la argumentación clave de todas nuestras acciones. A veces, no hace falta irse tan lejos para encontrarse a uno mismo.

martes, 15 de marzo de 2016

Keep going

Siguen esas noches de insomnio en mi vida. Esas que se empeñan en joderme la semana y que me hacen parecer un zombi el resto de la semana. Siguen esos dolores de cabeza y esa frente sudorosa que grita por un "ibu. Sigue todo.

Tratas de relajarte, de entrar en fase REM por tu propia cuenta pero en realidad llevas ya un buen rato en ella, lo que pasa es que no has salido desde que te dormiste en los laureles pensando en qué bonito sería esto y aquello otro. Te cuesta salir de esta pesadilla a la que llamas semana y en la cada día es un brochazo más de negro a esa fachada que antes estaba llena de color y otro latigazo en esa magullada espalda.

Pero hay que seguir, porque es lo que toca, y a veces no todo es tan bonito como se pinta en las historias de los libros.

Keep going.

lunes, 2 de noviembre de 2015

#ViajesLiterarios : Los Saqueadores

"Something Missing here" 



Estaba sentado junto a las rocas, odiaba la arena, le parecía demasiado molesta. Miraba al horizonte, mientras el sol ascendía por la bahía acurrucado por la suave bruma de la mañana. James no podía creer lo que había pasado aquella noche, cuando todo cambio de repente. Se sintió frio, a pesar de que la sangre roja le bañaba las manos y le había empapado los pantalones del traje. No pudo creer como había sucedido. “No he sido yo.” Se repitió por enésima vez en su cabeza. “No ha pasado otra vez” se dijo mientras se levantaba. Era el cuarto amigo que perdía en toda su vida, una vez más de nuevo a  manos de los Saqueadores. Había crecido huyendo de ellos, a sabiendas de que nunca le llegaría el momento del descanso, hasta que fuera el último.
Aquel viaje a Benidorm no le había ayudado para nada a escapar de los Saqueadores. Se trataba de la banda de asesinos y mercenarios más peligrosa en toda Europa, y también de la más antigua. Nadie conoce ni habla de sus orígenes, siempre han estado ahí, acechando desde tiempos inmemoriales, pero desde la muerte de la madre de James, estaban recobrando el poder que los había hecho atemorizar a millones de personas en el pasado.
Aquel 21 de Julio de su infancia, James había tenido que presenciar como los saqueadores irrumpían en su casa, echando la puerta abajo y sumían su vida en la oscuridad más profunda. Él aun era un niño. Su madre había tratado de protegerlo, pero el precio que tuvo que pagar por ello fue demasiado alto. Los Saqueadores conocían el secreto de la familia Hollow, y eran tan antiguos como la dinastía de la poderosa familia mágica que se ocultaba entre los humanos, cambiando de ubicación a lo largo de Alemania, Francia, Italia, Suiza y España durante siglos. Después de haber debilitado considerablemente a los Saqueadores durante las cruzadas, la sombra de los mercenarios se oculto entre las sombras de Estambul durante siglos, mientras que los Hollow, la única familia mágica que había sobrevivido a las batallas, huyó hacia Europa para escapar del infierno de vida que los saqueadores les proporcionaban cada día.
Así, habían logrado establecerse en un pequeño pueblo alemán, y disimular su apariencia, pasando su secreto de generación en generación hasta que llegó el invierno de las sombras. Aquella fatídica noche, los Hollow pasaron de nuevo a la etapa de su historia en la que no pudieron establecerse mucho tiempo en la misma ciudad, hasta los tiempos en los que James vive.
Aparecían en sus sueños, todas las noches, las sombras que lo habían envuelto y lo habían tele transportado hasta aquella colina en la lejanía de la pequeña cabaña en la que vivía con su madre y su hermano a las afueras de una pequeña villa. La fuerza del hechizo lo había dejado exhausto, y no tenía apenas fuerzas para respirar, pero sabía que la fuente de aquella magia ya había perecido. Y sintió ese frío que los vivos no pueden sentir.
Sentado, miraba la costa mientras pensaba en la muerte de Eric. Había sido su compañero de viaje desde que lo encontrase hace 4 cuatro años, cuando perdió a Paul, en aquella pequeña ciudad gris al norte del mar Báltico. Pero además de su compañero de viaje había sido su amigo, un verdadero amigo, como ese hermano con el que solía jugar y con el que jugaba cuando eran pequeños y madre aun vivía. Sin embargo, había pasado mucho tiempo desde que había dejado de vivir cuando se conocieron. Había aprendido a desconfiar de todo, y de todos. Pero aun así, Eric consiguió ganarse su confianza y lo había ayudado a ocultarse durante los últimos años de los Saqueadores, que sin descanso y merced, no dejaban de acechar en la oscuridad, cada vez más poderosos.
El sol le cegó, pero no le importó, decidió que ya era hora de levantarse, de olvidar lo que había ocurrido, y pensar en su amigo como otro nombre más que añadir a la lista. Fingió, y se puso las gafas de sol. “Mejor” pensó. Se levantó de un salto y dio media vuelta para comenzar a vagar por las calles de la ciudad tan desierta por la mañana como lo está un desierto a medio día. Era la hora, otra vez. Era hora de cambiar de sitio de nuevo, de comenzar otra vez a viajar para encontrar un nuevo lugar en el que ocultarse de los Saqueadores de nuevo.
Pasó a lo largo de una larga calle de tiendas cerradas, con los ojos atentos mirando hacia los lados, por si las moscas, a pesar de que estaba bastante seguro de que los Saqueadores se mantendrían a raya al menos durante dos noches. Tras el asesinato cometido por el Capitán Negro, el saqueador más bárbaro de la élite, encargado de mancillar la muerte de su madre, había perseguido a James a lo largo de toda su vida. Pero James no era de esa clase de personas a las que se les da bien huir, tenía que combatir, y gracias a sus habilidades y a su maña, las batallas alejaban a la tropa de Saqueadores durante algún tiempo, aunque cada vez eran más frecuentes, y lo dejaban completamente agotado. Aun así, su madre le había enseñado bien cuando uno no puede vencer a los Saqueadores, motivo por el cual su familia llevaba vagando décadas.
Estaba completamente rendido por dentro, y lo peor de todo era que también comenzaba a estarlo por fuera. De modo que decidió que lo mejor era cambiar de táctica y volver a cambiar  de lugar, de huir de aquella morada de dolor que ya había sido sellada con sangre. “Un lugar menos para vivir algún día” pensó. Se dirigió a la estación de autobuses, y con ayuda de su cara bonito y de alguna triquiñuela mágica, consiguió comprar un pasaje hacia el norte, en uno de esos autobuses que tardan horas en cruzar la península y que tan insufribles son para las señoras con abanico.
Echó una ojeada más a la ciudad que aquella noche había amparado el macabro espectáculo en el que el alma de Eric se había evaporado entre girones de luz y oscuridad para malograrse y dar vida a un nuevo monstruo, con el que James probablemente tendría que enfrentarse en el próximo destino.
El autobús partió y se dirigió hacia el norte, por las estrechas carreteras comarcales que conectan los pequeños pueblos de la España profunda. James se mantuvo todo el viaje atento, mirando por la venta, oteando algo que llamase su atención en alguno de los pequeños pueblos. Sin embargo, todos ellos parecían similares a grandes rasgos, pequeñas casitas rodeando un alto campanario y una pequeña plaza en las que las ancianas se sentarían a comentar sobre el paso del tiempo.
Siguió su camino en el autobús, esperando a que alguna parada lo llamase lo suficiente como para desprenderse de su incómodo asiento en ese autobús. Observó como las pequeñas colinas se transformaban en montes cada vez más altos, y como el mar ya no se divisaba al este, en el horizonte. Los colores cambiaron, y se tornaron marrones y verdes ocuros, y luego color piedra. Después, marrón de nuevo. Allí, el autobús se detuvo, y el conductor le indicó que se bajase. Se encontraban en una gran ciudad en mitad de la nada, bañada por un gran rio, pero no creyó que aquel pequeño desierto fuera un lugar adecuado para bajarse, de modo que se hizo con otro billete de tren y continuó su travesía.
“Con suerte hoy no me darán alcance”. Tenía que alejarse más, no bastaban unas pocas horas en autobús para despistar a los saqueadores. Se decidió a viajar unas cuantas horas más, y así, siguió observando los paisajes que le rodeaban. Esta vez, sin embargo, el sol comenzó a bañar los bosques de pinos por los que transcurría el tren anunciando el ocaso de un largo día de travesía hacia lo desconocido. A medida que se desplazaba hacia el norte, y a pesar de la oscuridad, James podía percibir como los paisajes se tornaban cada vez más verdes y los bosques más frondosos. El tren discurría entre curvas, a veces más pronunciadas de lo que le habría gustado al estómago de James. ¡Estaba hambriento! Se dio cuenta de que no había comido nada y se dijo que sería lo primero que haría nada más llegar a su desconocido paradero.
La ultima para del tren llegó en mitad de una noche invernal, no demasiado tarde pero más oscuro de lo que sería recomendado. “Donostia - San Sebastián” rezaba uno de los carteles de la estación. Bajó del tren y se fue a la cafetería de la estación, donde un hombre barrigón secaba unas tazas y ponía café a hervir.
-          Un café solo y un bollo, no me importa cual, por favor. – dijo James. El camarero le sirvió a los pocos momentos. Pagó, y no intercambió más conversación.
Una mujer con cara de pocos amigos lo miraba desde la otra punta de la cafetería mientras ojeaba un periódico. No era la clase de mujer que esperaba encontrarse en aquel lugar a aquella hora, pero por alguna razón hubo algo en ella que llamó la atención de James, de modo que se acercó hasta la mesa de al lado y comenzó a hablarle:
-          Perdona, ¿Sabes de algún lugar un poco alejado en el que pueda pasar la noche? Acabo de llegar a la ciudad y necesito un lugar para quedarme esta noche.
La mujer lo miró, como sorprendida de su forma de hablar, y James se percató de los dos rubíes que llenaban las cuencas de sus ojos, de modo que no dijo palabra durante unos minutos, hasta que la mujer habló.
-          Hay una pequeña posada, cerca de una ermita en un pueblo cercano. Podrías ir en autobús, pero es demasiado tarde para cogerlo. Puedo acercarte, en caso de que estés interesado. – Sorbió su café y continuó leyendo su periódico como si James no estuviera ahí.
James se quedó pensativo. Seguía inmerso en los ojos de la mujer. Al rato, terminó su café y se levantó. La mujer lo imitó y ambos caminaron al exterior de la estación, donde una lluvia fría se dejaba caer por las calles. El coche estaba aparcado en la acera de enfrente. Se montaron y ella empezó a conducir, despacio pero sin detenerse, hacia las afueras de la ciudad.
James seguía pensativo. Las viejas historias de su madre decían que los ancestros de los Hollow, aquellos que habían conseguido sus poderes, tenían los ojos rojos como rubíes y que  eran temidos por ello, como precio a pagar por sus poderes. James no solía prestar demasiada atención a aquellas historias, pero de pronto todo parecía cobrar sentido, y algo en su interior le decía que debería seguir a aquella mujer. Condujeron durante unos 15 minutos, en silencio. El calor del coche amodorraba a James, que sabía que debía permanecer alerta, pero de pronto se sentía cansado, muy cansado y sin fuerzas como para preocuparse.
El coche se detuvo en la calle de un pequeño pueblo costero a unos 25 minutos de la ciudad en la que se habían reunido. Era bastante pequeño como para pasar algunos días sin levantar sospechas, pero no los suficientemente grande como para esconderlo siempre.
- Bienvenido a Zumaia. – Dijo la misteriosa mujer. Apagó el motor del coche y se bajó. James se desperezó e hizo lo propio. La mujer lo acompañó por la calle principal de la ciudad hasta llegar a un pequeño albergue.
- Aquí podrás descansar esta noche. Espero que hayas tenido un buen viaje. Descansa. – Seguía penetrándolo con esos profundos ojos rojos como rubíes. La mujer volvió al interior del vehículo, pero no arrancó, sino que se quedó sentada observándolo. James no estaba seguro de qué había pasado por su cabeza para montarse en aquel coche al llegar a una ciudad desconocida, pero en aquel momento decidió guarecerse de la lluvia en el interior del albergue.
Reservó una habitación para la noche, y pidió a la amable posadera algo para comer. Le atendieron realmente bien, aunque después de todo lo que había ocurrido en los últimos días toda buena conducta era de agradecer. Trató de conciliar el sueño en la habitación, pero no podía, estaba demasiado activo. Su cerebro no podía dejar de pensar en la mujer de los ojos rojos y en lo rara que había sido su experiencia con ella.
Tras dos horas dando vueltas en la cama, decidió que lo que necesitaba no era dormir, de modo que se vistió, cogió su cazadora y se dispuso a salir a dar una vuelta por el pequeño pueblo. Tuvo que coger el paraguas, la lluvia se había transformado en un aguacero inexpugnable, pero no le importaba, siempre le había gustado la lluvia.
Subió por una colina a través de una de las calles del pueblo y dio con la ermita de la que le había hablado la mujer, y en verdad vio como la lluvia le daba un toque mágico que las olas del mar embravecido golpeando contra los acantilados acompañaban.
Continuó hacia la parte trasera, donde podía vislumbrar el océano en todo su esplender. “El antiguo fin del mundo, el Atlántico, el océano mágico.” Los relámpagos decoraban la escena al fondo, donde probablemente algún marinero estaría en apuros en su barcaza en mitad de la tempestad. Contempló las rocas y los acantilados, y decidió explorar la oscuridad. Descendió por un pequeño saliente hacia las rocas, aproximándose al furioso mar con cautela.
De pronto, una luz roja asomó entre las rocas más próximas a las olas. James no podía creerlo: la mujer de los ojos rojos estaba tendida sobre las rocas, semi-desnuda, abatida por el océano que la balanceaba inmóvil. James sintió un golpe de calor en su interior que lo desestabilizó de pronto, y lo hizo rodar unos metros por las rocas: cayó en plano. Hacía muchísimos años que no sentía semejante calor en su interior. Consiguió incorporarse, y sin dudarlo, se dirigió a socorrer a la mujer roja. El mar pareció escucharle, y embravecido lo golpeaba una y otra vez contra las rocas, impidiendo su avance, pero James tenía que alcanzarla, el calor había vuelto, había vivido.

Alcanzó a la mujer, que seguía inconsciente brillando como la lava de un volcán en la mitad de la oscuridad. El resplandor de sus ojos estaba parcialmente oculto por su pelo, de modo que le lo retiró y quiso contemplar si seguía sin vida, pero tras ello, no había mujer de ojos rojos. En lugar de ello, una grotesca imagen de su madre lo miraba con los ojos y la boca en llamas. De pronto, lo agarró con sus manos y James sintió fuego en la garganta. Su cabeza fue sumergida en el agua que comenzó a hervir mientras la vida de James desfilaba ante sus ojos y el cálido sabor de la sangre inundaba sus sentidos. 

Espero que este relato os haya gustado. A continuación el siguiente relato comienza en este mismo lugar donde el mío ha terminado, Echadle un vistazo! 
http://sangreportinta.blogspot.se/2015/11/viajesliterarios-amor-del-mar.html

lunes, 13 de julio de 2015

Bon voyage #UnaImagenMilPalabras

Pieza musical inspiradora: 

Imagen Utilizada para la composición del texto: 

Es el momento. Apagas el móvil, guardas la tarjeta de embarque y te acomodas en el asiento para despegar. Estás muy nervioso, no es la primera vez que viajas en avión, ni será la última, pero cada viaje es una aventura. París, Roma, Londres… Irse unos días a la aventura por tu cuenta es una gran experiencia, tanto personal como intelectual. Poder planear los días como quieras, conocer otras culturas, visitar los monumentos más grandiosos jamás construidos por la humanidad, son cosas muy agradecidas de cuando en cuando.
Hay momentos en los que, rodeado de tal grandeza, incluyendo plazas gigantescas, basílicas descomunales a divinidades archiconocidas, parques infinitos o paisajes enternecedores y llenos de humanidad, te sientes pequeño, muy pequeño. Te das cuenta de que por trepidantes que parezcan las historias de tu vida desde fuera, por lo atareado que pueda ser tu día a día, o la ingente cantidad de detalles que lo componen, eres una minucia en el mundo. Y no digamos en el universo.
Sin embargo, ese sentimiento empequeñecedor merece la pena en comparación con todas las nuevas experiencias que estos grandes viajes aportan a tu vida. Ayudan a descubrir nuevas facetas de la gente, nuevas perspectivas sobre la vida, la forma de invertir nuestro tiempo, qué es lo que realmente nos importa en la vida, y qué buscamos para ser felices. Pero sobretodo, para lo que más sirve viajar, es para descubrirte a ti mismo.
Ese tiempo en el que tus ojos se maravillan con el coliseo, la torre Eiffel o el Big Ben, sirve de mucho para madurar ese yo interior que todos llevamos dentro. Ese pequeño niño asustadizo del mundo en general, que regamos poco a poco con experiencias y que se va metamorfoseando en un hombre a base de vivir, se enriquece mucho viajando, visitando sitios nuevos. Disfruta aprendiendo de lo nuevo, y, aunque en parte seamos inconscientes de ello, disfruta mucho de esas nuevas vistas que le hacen un poquito más sabio.
Ya veis, son todo ventajas, y aunque no sea un camino de rosas planear un viaje a lo desconocido, la mayoría de la gente coincide en que es una de las cosas que todo el mundo debería hacer cuando es joven, antes de estar encadenado a un trabajo, o formar una familia. Desde pequeño lo has escuchado: “Viaja mientras seas joven, luego apenas tendrás tiempo.” ¡Qué razón!
No soy ni muchísimo menos un viajero experto ni el más indicado para dar consejos, pero por mis breves pero intensas experiencias, lo recomiendo mucho. Puede que suene un poco a loco de la pradera, y que al principio resulte un poco confuso o temerario, pero luego mejora. Poco a poco te vas abriendo a la gente y te das cuenta de lo bonito que es charlar con personas  de lugares diferentes cuya cultura es completamente diferente a la tuya. Y es que por muy breve o superficial que sea ese contacto, las diferencias que aprecian te hacen darte cuenta del concepto de heterogeneidad que define el mundo.
Tendemos a pensar que somos todos iguales, que todos seguimos los mismos cánones y que estamos todos en el mismo saco, unos más dentro y otros más fuera, y que todos nos dirigimos hacia un mismo fin. Mentira, hay diversas opiniones, culturas, posturas, y aunque no todas sean de nuestro gusto, creo que es muy recomendable tener una panorámica de este lugar llamado mundo en el que nos ha tocado vivir, porque conociendo un abanico más amplio, sabremos mejor qué hacer con la nuestra, y hacia dónde dirigirnos.

En resumen: viajad, nunca os cerrareis puertas, sino que abriréis ventanas para airear los polvorientos ideales anquilosados del pueblo que dominan la vida de los que como bueyes, solo saben mirar hacia adelante sin pararse a degustar los paisajes del camino. 

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Enlace a la lista de participantes del proyecto: #UnaImagenMilPalabras


Enlace al proyecto Reivindicando Blogger gracias al cual se ha realizado este proyecto #UnaImagenMilPalabras

jueves, 28 de mayo de 2015

Bio

A veces confiar en uno mismo trae consecuencias irrevocables, de las cuales uno no puede escapar, y así, se sume en un profundo bucle de autodestrucción y lloriqueos. No hay nada más cruel, sanguinoliento, y espinoso a nivel emocional que la apoptosis emocional, el suicido social, y las ganas de morir. Y poca gente las conoce a nivel real. No soy ni mucho menos uno de esos desafortunados; gracias a los astros, aun conservo o creo conservar la luz que guía mi esperanza, la voz que susurra que la batalla no está perdida, y que resurgir de las cenizas nos hará más fuertes como al ave fénix. 
Pero es cansado, ¿sabéis? A veces pasa, que cuando no sabes donde estás, quién eres, qué estás haciendo, qué haces leyendo la página 145 por decimocuarta vez o por qué has dejado que se te enfriase el café sobre la mesa, en ese momento, es cuando decides abandonar y dejarlo todo. Y es que seguir supone sangre, y desde niños se nos ha inculcado que la sangre no es algo bueno, deseable, o que merezca la pena. 
Y no avanzas, y te quedas apesadumbrado en la butaca, entre las sombras de las farolas de la ría y la lampara de la mesilla de noche, que baila al son de la corriente, como si satán tratara de decirte: "Duerme". Y te rindes, y piensas que ya nada merece la pena, que te acabas de defraudar a ti mismo. Todo tu sistema de valores se desploma; la ejecución de esa preciosa sinfonía que es tu vida se ve interrumpida por un politono de Movistar, y saludas desde abajo a los doctores con bata mientras envían el ultimo paper a la revista de moda. Pero hasta los grandes manuscritos tienen tachones y cambios de armonía. 
Quizás he vuelto a divagar más de lo que es necesario, e incluso aceptable. Quizás esto sea inaudito, pero permitidme que valore la posibilidad de creer en la capacidad del ser humano para sobrepasar fronteras, que dude de los limites de lo inescrutable, que me cuestione la existencia de la verdad, porque todos estos son temas que personalmente superan mi actual entendimiento, mas no por ello me gustaría dejar de seguir las pesquisas que se les escapan y vamos recogiendo con nuestros sentidos. Y es que, si los filósofos se empeñaron en superar estas fronteras, no soy nadie para detenerme a superar las fronteras de esta carrera que te consume como una hoguera bajo una estrellada noche de invierno. Pero por el camino, pienso.

jueves, 9 de abril de 2015

Overthinking (in Spanish)

A veces, conviene plantearse las cosas desde otra perspectiva, sin embargo, salirnos tanto de nuestro propio personaje en algunas historias, intentar ver el preciado monumento desde todos los ángulos, puede hacernos revolotear demasiado ante el problema, y así parecer pajarillos canturreando alrededor de las circunstancias sin nada que hacer. Y no. No es así, porque mientras no hacemos nada, estamos haciendo, y en concreto estamos haciendo mal.


No quiero que con estas líneas se intuya que lo mejor es actuar cuanto antes y de la forma que sea, porque tampoco lo creo así. Si creo que es necesario valorar el momento en que el que se ha roto el equilibrio por cavilar.  A veces, en todas esas vueltas que les damos a las cosas ya se nos han centrifugado demasiado las ideas, y es hora de empezar a tender las cosas que hemos sacado en claro.

“Piensa nueve veces y a la décima, habla” me decía mi maestra de cuando era niño. Es una costumbre difícil de adquirir, y es más fácil caer en el vicio, de hablar sin pensar, de hacer por hacer, y luego ya, si es caso, nos arrepentimos todos y pedimos perdón con el rabo entre las piernas. No olvidemos, no obstante, que en el reino de los obstinados existe el vicio contrario, el de cavilar y revisar todos los puntos uno por uno, de dos en dos, y en todas sus combinaciones posibles, bailando el macabro vals de los pensamientos, en el que la música nunca muere, las sonrisas están puestas con grapadora, y los pies no se agotan de danzar y dar vueltas mientras se sirve un infinito cóctel de dudas, errores, prejuicios y contradicciones.

 Y lo peor, que en este salón de ‘almas perdidas’, una profunda escalera descendente, oscura y profunda, engulle a los bailarines en el fango de la esperanza a la inversa, de la que no hay escapatoria (excepto con esperanza). Quizás la solución sea recorrer el camino al revés, ir hacia atrás y subir la escalera de espalda, suspendidos en la seguridad de las pequeñas cosas, en la evidencia de lo diminuto. Ayudarse de las pequeñas grandes cosas, las que nos hacen sentirnos sonrientes a las mañanas, o seguros en las decisiones importantes, y en las que se apoyan todos nuestros preciados modelos y esquemas sobre una buena vida. 
No lo sé, al fin y al cabo si lo supiera supongo que estaría estudiando la solución, y probablemente no la contaría. Porque al fin y al cabo así de egoísta es el ser humano.


“And I remember when I met him.

It was so clear that he was the only one for me.”

viernes, 10 de octubre de 2014

Los Altos

La jarra de hidromiel seguía en la mesa después de la noche anterior y alrededor de ella, las moscas se degustaban con el sabor del ayer. Elron estaba tumbado boca abajo en el sofá, sujetando la botella de whiskey con la mano aún. Había decidido que necesitaba algo más fuerte que un poco de vino o hidromiel para superar lo que había acontecido aquel funesto miércoles en que la nieve comenzó su caída hacia el abismo de la tierra, en aquel páramo enterrado entre escarpadas cumbres de roca gris.
La escena de su hermano sanguinolentamente asesinado en mitad de las calles de la aldea aun se colaba entre las rendijas de sus sueños, como un retrato imparable de la escena más truculenta y terrorífica de su vida. Aun tenía los ojos mojados en lágrimas, y vestía la ropa ensangrentada tras abrazar su cadáver, sobre el que la nieve comenzó a teñirse de rojo, como envolviéndolo en las mantas que lo llevarían al otro mundo, con los Altos. Las nubes desfilaban en procesión y la melodía del silencio acompañaba a su hermano mientras las Hermanas Doradas lo ascendían entre sus brazos a lo alto de la montaña.
Gritó, lloró desconsoladamente, dio patadas a todo lo que estuviese en su camino, rompió cristales y muebles, pero nada más que el eco de la desesperación llenaba ya aquella aldea desierta, de la que ya no quedaban ni los susurros de las viejas en las puertas, ni las risas de los niños al correr para tirarse en la fuente durante los calurosos días de verano, ni las miradas de la gente. Nada. Simplemente muerte, grises y abrazos despegados entre las paredes de las pequeñas casas.
***
La guerra había comenzado hace tiempo, y la gente se había ido extinguiendo. Su reloj de arena cesó de girar y al tiempo que el último grano de arena pendía de la parte de arriba, un suspiro y los más profundos pensamientos de aquella persona se revelaban ante el mundo. Un amor verdadero, una amistad profunda, un respeto sincero y el odio más eterno eran normalmente los últimos deseos de la gente que, tras la caída imparable de aquel grano, se desvanecía entre un haz de luz blanquecina y dorada, para reunirse arriba con la vida en sí misma, para salir de la caverna y del abismo en el que habían vivido toda su vida. Era el fin del entrenamiento, un entrenamiento largo como una vida y el lugar en el que se educaban los Homo Sapiens biológicos, para evolucionarlos en personas.
Cada persona disponía de un reloj de vida, de arena, que los dioses proporcionaran, y que giraba antes de terminar, concediendo más tiempo de vida a los pequeños antes de ascender, según se hubiesen comportado al juicio de los Altos, y según su desarrollo fuera o no adecuado para las aptitudes que los Altos buscaban en ellos.
A menudo Elron se planteaba si en verdad habría algo allí arriba, si los Altos permitirían aquellas injusticias en su mundo, o si eran injusticias premeditadas, hechas para divertir a algún público que probablemente se considerase desgraciado sin siquiera pararse un segundo a reflexionar sobre las comodidades de la vida, y a como desperdician los atisbos de vida que se presentan, cambiándolos por momentos para observar las miserias y aconteceres de otros individuos a los que en el fondo consideran afortunados y cuya vida envidian.
Sin duda, entre todo el dolor y heridas abiertas en el interior que la tarde del día anterior había desencadenado, entre las lágrimas, había un núcleo de ira en su interior que gestaba la más feroz de las bestias que el mundo hubiese reconocido. El hecho de ver al causante de todo su sufrimiento regodearse y cantar victoria, y luego desaparecer en mitad de la niebla dejando solo su risa siniestra era lo que alimentaba su odio. Aún resonaba en su cabeza tal melodía, siniestra como pocas, y sentía que por dentro, al tiempo que su vida se resquebrajaba y se rompía en mil pedazos, algo nuevo resurgía de entre los cristales rotos del templo que hubiese adorado para sí mismo una vez.
No importaba que un castillo de marfil interno se hubiese roto, pues el fuego eterno que guardaba latía, lento y pausado como siempre, y el dragón que dormía su interior, dócil y tranquilo toda su vida, abrió un ojo listo para atemorizar. Era hora de reconstruir el imperio. Era hora de castigar. Era la hora de la venganza.
***
A Elron no le asustaba pensar en los Malignos, ni en su oscura orden que había nacido para pervertir al mundo. Casi tan antigua como la de los Altos, los Malignos eran sus mayores rivales, y los únicos que no habrían podido ser eliminados en las guerras del pasado, después de que los Altos se hiciesen con el control de los cielos y así, a su antojo impusieran las normas que les convenían a los mortales, recordando lo insignificantes que son, y como podían ser aplastados sin dudar ante la mirada del resto para deleite de los ojos de los Carnívoros, su arma más poderosa, ahora encerrados y custodiados. Fueron su arma más poderosa durante la guerra, pero incluso los Altos decidieron que estaban corriendo un gran riesgo si quedaban en libertad.
Los malignos se resignaron en una esquina del mundo, nefasta, pobre y despoblada, donde rigen hasta el día de hoy, gestando sus incursiones en los territorios de los altos.
Por desgracia, en mitad de este juego divino, quedó una aldea en disputa, probablemente el lugar más hostil conocido por Historia, la Alta sabia, que gestó el tiempo junto con Espacio, que puso especial detalle en crear este rincón en el que vivían Elron, y hasta hace relativamente poco, su familia.
Podría parecer una simple aldea, perdida de las bellas cascadas, llanuras y desiertos del mundo en las que prósperas tribus crecían mecidas por las normas y a la sombra del yugo de los dioses, y qué pobres desgraciados, que su felicidad no es verdadera, pues ignoraban que eran las fichas a salvo en mitad de la partida de ajedrez, pero aun así, el lugar era especial.
Allí crecían las únicas gentes a las que se les prometía ver el juego, desde dentro, las que sabían a que jugaban, y las que más duramente serían tratadas, pues tendrían que escapar al juego de los dioses. Solo en este lugar se destinaba a las mentes, que por probabilidad genética, en el juego de probetas de los Altos, ya desarrollados en el mundo de la ciencia y lo suficientemente aburridos como para jugar a la creación, tenían una disposición a ser excepcionales, brillantes y cuyas ideas podrían cambiar el mundo, y, sobretodo, malograr semejante inteligencia y capacidad para vencer de una vez por todas a los Malignos.
***
Elron miró su reloj de vida. Solo hacía un par de días que había girado, por el acto de benevolencia de los Altos y la arena se deslizaba por él despacio, cayendo y agotando lentamente la vida de cada una de las células de su cuerpo.
Sabía que, tras la incursión de los Malignos en su aldea, atacando así el imperio de los Altos, éstos dejarían de preocuparse de las vidas que yacen sobre la superficie de sus dominios que entablarían una cruel batalla contra sus más acérrimos enemigos hasta derrotarlos.
Lo peor de todo, era ver como la poca vida que una vez hubo en aquel campo de entrenamiento, se desvanecía, se marchitaba al igual que lo hicieron las flores. La hierba se secó, el río dejó de ser de cristalinas aguas y ahora corría gris entre las rocas, llenas de tempestad por dentro reflejando la tormenta que se comenzó a gestar en los cielos. El frío comenzó a invadir todas las esquinas, y se colaba entre las casas haciendo tiritar a los niños por las noches. Eran los Altos, preparando su ofensiva.
Y luego, luego vino lo peor. Ver cómo tras el agua, el pan y los campos se marchitaban las personas. Todos los hombres y mujeres, que con esfuerzo se aplicaban para poder ascender al mundo de los Altos, para complacerlos y salir de aquella jaula y del tablero, vieron cesar el giro de sus relojes, y la mayoría, atemorizados, caer la ultima brizna de vida para siempre, con los ojos llenos de lágrimas y sincerándose en el infierno, como nunca habrían imaginado.
Hombres y mujeres justos, niños aprendiendo aún, muertos por las calles. Llegó un momento en que las Hermanas Doradas visitaban a diario la aldea, en busca del cuerpo con sus haces de luz celeste en mitad de la noche. Luz, sí, pero tétrica como ninguna otra.
Quizás si él, Elron, hubiese muerto así no tendría el pensamiento que tiene ahora. Quizás, si su hermano no hubiese asesinado, no tendría en la cabeza las ideas prohibidas que una vez le obligaron a recitar de niño para grabarlas con el fuego de la opresión en su mente. Pero como es lógico, lo peligroso de jugar a ser Dioses es que se pueden crear cosas que escapen al control del mismo. Y eso es algo de lo que los Altos, en su soberbia, habían obviado como una luna nueva en un cielo estrellado. Cegados por la idea de controlar todo le mar de estrellas, habían olvidado que las mejores noches para caminar por la oscuridad son aquellas en las que la luna canta el antiguo aria de la Reina de la Noche, y luce protagonista su pálido brillo sobre todas las estrellas.
No, la mitología estaba muerta, para ellos, pero tan estúpidos habían sido que la habían grabado en el mundo terrenal, como quien guarda los periódicos viejos en el sótano. Elron encontró un viejo libro, ajado, sucio y húmedo en el fondo del rio, pero sorprendentemente sus páginas no se hallaban borradas, y todas las historias estaban impresas aun entre aquellos maravillosos dibujos con los que se deleitaba la mente de vez en cuando. Ese libro, fue el detonante, la gota que hizo girar el mecanismo y hacer que la mente del joven muchacho que algún día sería un hombre, viese la verdad, y el mundo tal y como es en verdad. Ese libro era su alma.
En el interior, un maravilloso trozo de cristal Espejo estaba escondido en una de las tapas. Era el mayor tesoro de Elron que conservaba, como un anciano guarda el muñeco favorito con el que jugaba de niño, y lo mira con ilusión para sacar fuerzas para la larga vida que le queda.
***
Con todo el pesar del mundo, se levantó a tientas del lecho. Era de día, pero por muchos rayos de sol que iluminasen la tierra, la ira de los dioses eclipsaba con densas nubes cualquier atisbo de esperanza sobre la montaña. Parecía poderosa, inexpugnable, pero aquello no iba a frenar el deseo que tenía de vengarse de los Altos. Tras reposar un poco, embaló víveres y las cosas necesarias para un viaje mediano, a pesar de que sabía que no le durarían mucho tiempo. Cogió también el trozo de cristal Espejo y se lo ató a la pierna para no perderlo.
Se iba a dirigir hasta la cumbre, a la que ningún mortal había llegado jamás (todos habían sido aplastados antes de alcanzar la cima), donde se encontraba la Guardiana de la Escalera de Cristal. Por aquel fantasioso camino, se podría acceder hasta el alto mundo, donde Elron pensaba llevar a la práctica la idea  de justicia que tenía en mente.
Los Altos estaban tan encerrados en sus planes para derrotar a los Malignos que no advirtieron que en su cantera de humanos, no todo estaba muerto. Que por mucho que el pueblo ya no viva, su espíritu más inherente a la valentía innata que solían tener los humanos de antaño seguía vivo en la persona del hombre que había crecido, pero que a diferencia de los demás, también lo había hecho en mente.
Se quitó las ropas ensangrentadas y cogió su reloj de vida, guardándolo en el bolsillo interior de la chaqueta. Se detuvo un momento en su casa, para observar el silencio destruyéndolo todo, y los recuerdos bailando valses de soledad alrededor de los pasillos. Una vez fuera, una orgía de ecos mentales e imágenes en diferido lo inundaron, transportándolo a un tiempo tan feliz como irreal. Elron sabía que era un truco de su mente para adaptarse a la situación, que su cerebro y su diseño en forma de patrón lo engañaban, pero él había aprendido a engañarlos a ellos, y por ello hizo que todo eso se esfumase de su mente.
Comenzó la partida, dando un paso, otro paso, sin pensar. Oteaba las sendas entre los arbustos. Huía de las manadas de lobos, que merodeaban por los alrededores de las montañas. Jamás había sobrepasado los límites de la aldea, o al menos tanto, pero tenía la sensación de que sus sentimientos lo guiaban. La esperanza le daba la mano, la fuerza lo impulsaba por la pendiente, y el valor lo agarraba al resbalar por los riscos, evitando que cayese al mar de piedras puntiagudas que asolaban las lindes exteriores del bosque. Tardó unos 3 días en rodear todo el bosque denso que rodeaba su hogar, pero a pesar del gélido aliento de las noches y del cansancio, siguió adelante.
Una vez arribó a la parte rocosa de la montaña, alta, escarpada y gris, pobre y sin árboles ni arbustos, debería haberse preocupado más por ocultarse, pero no lo hizo. Sabía que la hipocresía cegaba aun más a los Altos, y que su odio y codicia tapaban sus ojos y oídos, y llenaban sus rostros con el olor y el sabor amargo de una victoria injusta. La sensación de falsedad había sido patente desde el fin de la conquista, pero los Altos supieron como apelmazar ese dolor con inversiones de valores y mano férrea, poder absoluto, y dosis varias de ignorancia, hipocresía y en el fondo, estupidez. Pero eran hábiles, y no querían en absoluto ser desterrado de su puesto de divinos del mundo.
Tras un vertiginoso ascenso por las escarpadas laderas rocosas, la subida por la última etapa de la montaña comenzó a hacerse cada vez más dura. Un viento duro arreciaba en aquellas alturas las nubes comenzaron a invadirlo, susurrando palabras misteriosas y en idiomas antiguos que lo incitaban a mirar hacia atrás y volver hasta marchitarse en un rincón de su casa.
En ese momento comenzó a caer una lluvia gélida que inundaba sus pies, con tono lúgubre sobre su ser. Era como si lo regasen con una esencia de desesperanza y tristeza. Le flaqueaban las fuerzas y tenía ganas de llorar, pero se contuvo, y mantuvo encendida la llama que lo hacía avanzar por la montaña, impetuoso y con muchísima fuerza interna.
Caminó hasta el lugar en el que el suelo desapareció y pisó las nubes. Era como caminar por los pastos que había imaginado de pequeño, con la hierba verde esponjosa entrecruzándose en los pies y suave como las caricias de un amante en una mañana soleada. Estaba en la interfase entre el mundo de la destrucción en el que se había visto inmerso toda su vida, y el presuntamente maravilloso mundo de los Altos en el que las lecciones terminaban, y comenzaba la vida de verdad. No había nada más que cielo entre las nubes del suelo y la plataforma gris sobre su cabeza.
Caminó, más lento, por la llanura suave y hasta le parecía deslizarse a la par que haces de luz salían de entre las nubes. Pensó que las Hermanas Doradas lo verían, pero éstas solamente subían o bajaban entre sus cúpulas llenas de pureza luminosa, sin pararse a observar como Elron invadía el limbo que lo separaba de los Altos.
Llegó al fin a la puerta custodiada por la Guardiana de la Escalera de Cristal, delicada y frágil, pero punto de conexión con su objetivo. La Guardiana era una anciana que se encontraba reposando sobre un sillón, acariciando lo que a Elron le pareció un bello animal luminoso, dorado y plateado, con ojos de luz azul y un aura de magia y destellos que lo hacían deseable como lo es una mujer en las frías noches de invierno. La anciana desprendía ese aura luminosa, y no tenía ojos, tan solo un leve destello blanco entre nubes que giraban como si estuvieran contenidas en pequeñas bolas de cristal.
Elron se detuvo al llegar a unos dos metros, y observo a la Guardiana. Estaba callada y no movió sus labios de porcelana blanca, pero en su mente resonaron las palabras que le indicaban que no todo estaba perdido, y que aún quedaba hueco para la esperanza en aquella locura:
-“Sé quién eres, y se a qué has venido. No soy yo quien impedirá tu paso, pues yo también me encuentro sometida a los caprichos de los Altos. Y todo tiene un límite. La Fuerza es el resultado de la esperanza y la valentía puestos en práctica, Elron, y tú eres Fuerza. Puedes conseguirlo.”
Acto seguido, la llanura de nubes comenzó a oscurecerse, y la luz se concentró en torno a la Guardiana. Cuando la luz cegó a Elron, se tapó la cara y se agachó para protegerse del leve sonido del cual partieron cientos de palomas blancas con polvo que lo rodearon inmediatamente. Desprendían un olor a azahar y aire fresco que llenó sus pulmones y lo hizo levitar.  
Comenzó a ascender flotando por la escalera rápidamente, sin sentir el peso de su cuerpo. Contempló la hermosa llanura nubosa, pero de pronto el paisaje quedó oscurecido y se encontró en el interior de una enorme catedral. Con paredes de acero pintado de negro, remaches atornillados por todas partes, y un olor a azufre, petróleo y sangre, aquel lugar lo impresionó, pero no lo hizo temblar. Sabía que había llegado a su destino.
La frágil escalera de cristal lo había llevado a la sala principal del palacio de los Altos. El lugar, como había sido obligado a aprender, era en núcleo de la sociedad de los divinos, en el que se procedía a la coronación con el título de humanos, de los recién llegados del campo de entrenamiento, o de selección, más bien.
Sin embargo, aquel lugar parecía desierto y sucio, cerrado, como si no se hubiera utilizado en años. Los Altos habrían dejado de preocuparse por las cosas banales como las vidas creadas al comenzar su guerra contra los Malignos. Caminó por las galerías, con el eco de sus pasos resonando por todas partes. Al principio, se escondía por las esquinas, pero luego no tuvo miedo de ser descubierto, y abrió los ojos a la posibilidad de que tampoco hubiese nadie lo suficientemente preocupado para buscarlo. El trozo de cristal Espejo que encontró en el río estaba frio contra su pierna, y lo notaba a cada paso que daba. El momento se acercaba.
Dobló varias esquinas, subió galerías, abrió puertas, corredores, salas y armarios, pero todo se encontraba vacío. Aquel lugar no parecía el reflejo de vida prometido, más bien al contrario, el averno infinito, la tristeza inmortal, refugio de la inmoralidad y de la hipocresía de los Altos que habían construido aquel monumento al despotismo. Consiguió dar con una galería que lo llevó hasta un balcón que daba a una especie de gran atrio. Era una plaza cuadrada, negra también con piedra desgastada y mojada por la lluvia infinita que inundaba aquel lugar.
La plaza olía a putrefacción, humedad, y a pesar de estar al descubierto, un verdadero cúmulo de sensaciones era lo más respirable de aquel decrépito lugar. Los ojos de Elron no pudieron evitar mojarse al llegar al balcón. Pocas escenas como aquella habían pasado por ellos en lo que hasta ese momento el había considerado su cárcel.
Un valle de almas perdidas, amontonadas, apagadas y mojadas en azul, llenaban el centro de la plaza. Eran los Altos. Todos ellos, apilados, con sus ropas aun bañadas con su sangre de azul zafiro, superpuesta con la piel celeste que un día brillaría emitiendo signos de poder allí por donde psaran. Todos allí, descansando, con la fortuna de estar muertos, formando un paisaje desolado de justicia que hacía al cielo llorar, y que los malos deseos se condensasen en la mente de Elron.
La idea de no poder hacer justicia no era asumible por su mente. Se vió desconsolado y comenzó a llorar alto y entrecortadamente. Sus llantos, lágrimas y lamentos rebotaban alrededor de todo el atrio. Mantuvo el llanto unos minutos, hasta que las lagrimas, ya bastante desgastadas de sus ojos no le salieron. Recobró el aliento, y se dirigió hacia el borde del balcón. Los miró con todo el desprecio que guardaba y emitió más odio en ese momento con sus ojos del que había sentido en toda su vida. Subido al balcón, tomó aliento, y comenzó a gritar su homilía de despedida hacia el imperio de los Altos:
“No, no os lo merecéis. No merecéis cesar vuestras viles mentes. No merecéis daros de baja en el universo. No tenéis derecho a descansar después de las atrocidades que habéis cometido. Miraos, todo vuestro universo, vuestro laboratorio terrícola, acabado. ¿Y vosotros? Vosotros no sois nadie para controlar lo que hacéis con la vida. Ni siquiera, por muy avanzados que estéis, podéis comprender el significado de algo tan horrible. Es el peor castigo que podríais haber dado a toda esa gente. Y me alegro, me alegro de que haya terminado. Me alegro del triunfo del mal, porque si el mal supone evitar la ignorancia, no creo que sea un mal.
Vivimos ahí abajo, engañados, soñando con llegar al paraíso de vuestro mundo, y no hay nada. Sólo es humo, como el de vuestras Hermanas Doradas. Nada. Son todo ilusiones, pero aunque os creáis perfectos, no sabéis quitar la capacidad de desilusión, las ganas de morir, las ganas de abandonar el mundo, sobretodo el Alto. Porque sí, a veces es mejor apagar la mente, y dejar que la vida siga su curso, porque hay cerebros que no aguantan tanto sufrimiento. Podríais haberlos diseñado, ¿eh? NO. No sabéis hacerlo, porque en el fondo, sois iguales que nosotros, somos todos lo mismo. Andamos aquí perdidos, sin pensar, gobernándonos por la codicia y las malas obras. Y vosotros lo habéis llevado al límite.
Así que enhorabuena. Enhorabuena por haber hecho llegar a esta raza a su ocaso, enhorabuena por este recuerdo tan bello que hemos dejado como planeta. Enhorabuena por habernos hecho llegara a la cumbre de la decadencia. Y enhorabuena por habernos dado un final, porque era necesario. Pero no es tan fácil acabar con las personas que creen en algo, y sí, este será nuestro final terrenal, pero somos inmortales en el mundo que nunca conseguisteis gobernar. El cielo es nuestro, y vuestras almas corruptas para haceros con la vida eterna, jamás sabrán ya lo que es eso. Así que gracias por cedernos la eternidad, porque seguro que aprovecharemos la magia de los sueños mejor que vosotros.
Patéticos.”
Una flecha le atravesó la pierna en aquel momento y rompió el cristal Espejo que llevaba en la pierna, haciéndolo caer del balcón, sobre un manto de oscuridad Maligno que lo apagó, al tiempo que el último grano de arena pendía de su reloj de vida.
Fin 



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