A
veces, conviene plantearse las cosas desde otra perspectiva, sin embargo,
salirnos tanto de nuestro propio personaje en algunas historias, intentar ver
el preciado monumento desde todos los ángulos, puede hacernos revolotear
demasiado ante el problema, y así parecer pajarillos canturreando alrededor de
las circunstancias sin nada que hacer. Y no. No es así, porque mientras no
hacemos nada, estamos haciendo, y en concreto estamos haciendo mal.
No
quiero que con estas líneas se intuya que lo mejor es actuar cuanto antes y de
la forma que sea, porque tampoco lo creo así. Si creo que es necesario valorar
el momento en que el que se ha roto el equilibrio por cavilar. A veces, en todas esas vueltas que les damos a
las cosas ya se nos han centrifugado demasiado las ideas, y es hora de empezar
a tender las cosas que hemos sacado en claro.
“Piensa nueve veces y a la décima, habla” me decía mi maestra de cuando era niño. Es una
costumbre difícil de adquirir, y es más fácil caer en el vicio, de hablar sin
pensar, de hacer por hacer, y luego ya, si es caso, nos arrepentimos todos y
pedimos perdón con el rabo entre las piernas. No olvidemos, no obstante, que en
el reino de los obstinados existe el vicio contrario, el de cavilar y revisar
todos los puntos uno por uno, de dos en dos, y en todas sus combinaciones
posibles, bailando el macabro vals de los pensamientos, en el que la música
nunca muere, las sonrisas están puestas con grapadora, y los pies no se agotan
de danzar y dar vueltas mientras se sirve un infinito cóctel de dudas, errores,
prejuicios y contradicciones.
Y lo peor, que en este salón de ‘almas
perdidas’, una profunda escalera descendente, oscura y profunda, engulle a los
bailarines en el fango de la esperanza a la inversa, de la que no hay
escapatoria (excepto con esperanza). Quizás la solución sea recorrer el camino
al revés, ir hacia atrás y subir la escalera de espalda, suspendidos en la seguridad
de las pequeñas cosas, en la evidencia de lo diminuto. Ayudarse de las pequeñas
grandes cosas, las que nos hacen sentirnos sonrientes a las mañanas, o seguros
en las decisiones importantes, y en las que se apoyan todos nuestros preciados
modelos y esquemas sobre una buena vida.
No lo sé, al fin y al cabo si lo
supiera supongo que estaría estudiando la solución, y probablemente no la
contaría. Porque al fin y al cabo así de egoísta es el ser humano.
“And I remember when I met him.
It was so clear that he was the only one for me.”
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