Supongamos que tenemos cuatro cartas: dos de ellas son azules y las
otras dos son rojas. Estas cuatro cartas son las que controlan nuestro estado
de ánimo en todo momento. Dos de ellas, una roja y una azul, eran las que más
apreciabas en primavera, pero por cuestiones del destino, en verano se vieron
pisoteadas y arrugadas, y dejaste de darles importancia. Y ahí fue
cuando entraron en tu vida las otras dos cartas, la nueva carta roja y la carta
azul. Pero la llegada de los vientos del invierno rescató las dos primeras
cartas del gélido ardor del suelo del olvido y las volvieron a meter
en tu partida.La situación actual está dominada por estas cuatro
cartas. El problema, exige que debamos quedarnos con una carta, dos a lo sumo,
y esto último pagando un alto precio a los aristócratas sentimentales
del corazón. Las cartas del verano siguen pareciendo tan brillantes como el
primer día pero las cartas de la primavera traen los viejos y
suculentos aromas del pasado, acompañados con las imágenes de ternura
e inocencia que dominaban aquellos días. Es
una elección difícil.
Podríamos rechazar la carta roja del verano, guardándola en el corazón para siempre. Pero es doloroso. Por otra parte, la mirada funesta que trae la carta azul de la primavera está pidiendo a gritos que la aparten de la partida, pero el afecto que sientes por esa carta es demasiado grande como para apartarla tan fácilmente de la mesa. La carta azul de la primavera, sin embargo, se siente atraída a la partida sin sentido por obligación, y su salida no sería tan preocupante por la espesa capa de polvo de tiempo que pesa sobre ella. Por tanto, solo nos queda por cuestionar, la presencia de la carta azul del verano en la partida. Al fin y al cabo, sabes que es la que mejor se conserva, y la que más te ha sonríe. Pero esa carta es una carta especial. No es tan simple como decidir quitarla o mantenerla, sino que hay algo que la ha encadenado a la partida, junto con su sonrisa, a veces con un rastro macabro, de forma que desprenderse de ella supondría un ritual tan largo y estridente que es una situación algo delicada.
En medio de este cacao
mental es cuando la única solución favorable parece barajar,
pero todos sabemos, que salga lo que salga, eso no marcará una
decisión, así que, como pasatiempos, vamos a barajar las cartas, a
ver si el azar es capaz de ordenar algo en este
pequeño caótico universo.
Podríamos rechazar la carta roja del verano, guardándola en el corazón para siempre. Pero es doloroso. Por otra parte, la mirada funesta que trae la carta azul de la primavera está pidiendo a gritos que la aparten de la partida, pero el afecto que sientes por esa carta es demasiado grande como para apartarla tan fácilmente de la mesa. La carta azul de la primavera, sin embargo, se siente atraída a la partida sin sentido por obligación, y su salida no sería tan preocupante por la espesa capa de polvo de tiempo que pesa sobre ella. Por tanto, solo nos queda por cuestionar, la presencia de la carta azul del verano en la partida. Al fin y al cabo, sabes que es la que mejor se conserva, y la que más te ha sonríe. Pero esa carta es una carta especial. No es tan simple como decidir quitarla o mantenerla, sino que hay algo que la ha encadenado a la partida, junto con su sonrisa, a veces con un rastro macabro, de forma que desprenderse de ella supondría un ritual tan largo y estridente que es una situación algo delicada.
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