lunes, 1 de octubre de 2012

Jardines de pensamiento


Corría desilusionada por los campos de amapolas que rodean la pequeña casita de campo en mitad de la nada en la que había pasado los últimos 18  años de su vida, dejando tras de si rastros de su ondeante cabello dorado. Como huyendo de las fieras del oscuro bosque que desde el infinito retorno sus ancestros le habían enseñado a temer, tanto de día como en pesadillas, subió las escalerillas de madera de arce recién pintadas de blanco por su abuela, que probablemente se encontraría en el patio trasero tomando su habitual bebida de limón mientras contemplaba la puesta de sol. Pero aquel día había sido tan apabullante que cayó en un profundo sueño, del que ni siquiera el golpe con el que su nieta abrió la puerta de la entrada principal la despertó. No era a las cosas del bosque a las que tenía miedo, sino a las de su interior.

Tras el portazo y cuando no hacía más de un instante que había atravesado la puerta, la pobre muchacha quedo parada en seco, suspendida en el aire una centésima de segundo, el tiempo equivalente al de una orquesta para dar la última nota de una gran sinfonía. Y tras ese bello instante de grandeza en el que sus preciosos ojos azul cobalto pudieron contemplar las luces de hadas de que se reflejaban a través de la vidriera de cristal de la sala, mostrando el gran baile de seres mágicos que hay en cada momento de la existencia y que muy pocos ven, derrumbase la muchacha inconsciente en el inexpugnable abismo que se había formado de pronto ante ella, y únicamente dejo tras de si el rastro de las lagrimas derramadas durante su relativamente corta existencia y sus puros ropajes, que por muy castos que hayan permanecido, nunca podrían atravesar la barrera que separa el mundo del universo de la fantasía y de los sueños.
En la linde del bosque, una pálida sombra enmudeció al escuchar, con su agudo oído, la imperceptible exhalación de vida que había emanado de la chica en aquel instante. De modo, que tras tales acontecimientos, optó por correr, huir y desaparecer del mundo. Cual rayo partió a la luz de aquel sonriente cielo nocturno, símbolo de maldad e injusticia que el universo anti paralelo de la felicidad y la armonía ejerce sobre las desdichadas vidas de los habitantes de la aldea del desamparo.
Tenaz, fugaz, clavando sus patas en la tierra por fracciones de segundo se dirigía al lugar más sagrado de su hábitat que conocía, el lago de las animas enclaustradas. A pesar de este peculiar nombre, por el cual los mortales no eran muy propicios a acercarse a las aguas de esta fuente de conocimiento, aquel lago era un santuario. La mayoría de entes que habitaban aquellas tierras desconocían, o pretendían desconocer su cometido en aquel inhóspito lugar, dirigiendo sus vidas, al tedio, a la rutina, al basto hastío que produce sentarse a mirar una caja en la que representan ideales sobre lo que ellos jamás lucharían por alcanzar.
Llego al claro que se abría frente a las aguas, y saludo a la luna como sus antepasados habrían hecho en tan marcada ocasión, porque no todos los días se forja una estrella, una estrella de valor, honestidad, inocencia, una estrella muy brillante, más brillante que el mismísimo mercurio, que el sol de los inmortales. La luna, centro especial de la comunicación del individuo con el yo y que tantas reflexiones a estrafalarias horas había provocado a los bohemios pensadores que se habían dejado caer en aquel Infierno, y a los que las criaturas mágicas debían rescatar de aquel mar de incultura.
Las semicorcheas se apretujaban en el compás del momento para contemplar el ritual que el fauno debía ofrecer a los astros para que estos iluminaran con su sonrisa el punto exacto del alma de la muchacha, ahora en el limbo de la vida y lo que no es vida. Y es que lo que es distinto a la vida, es no vida, obviamente, pero no muerte. La muerte solo existe para los pobres mortales que se empeñan en que su paso por la tierra, la huella marcada que todos dejamos al nacer, quede tapada por las cenizas del tiempo. Los sueños soñados de aquellas mentes menos despiertas quedaran congelados en el aire espacial para que el suave impulso del vals del tiempo los arrastre a las cascadas del límite de la existencia y finalmente se pierdan.
Posándose sobre los nenúfares del lago como si de una pluma se tratase avanzo hasta el centro de la laguna, acercándose lentamente a la rosa del centro. Una rosa, flotante, del mismo color que el de los ojos de la muchacha, cuya figura se veía resaltada por las plateadas aguas de la noche sobre las que descansaba. Apoyada en una especie de cántaro que flotaba en el agua, rebosaba una energía, que atraía con su silencioso canto a todas las bellas criaturas del bosque, que como en procesión, habían rodeado la laguna y habían dejado al fauno en mitad del estanque bajo la atenta mirada del cielo.
Con sus afiladas y desgarradoras manos, el fauno tomo la rosa con una delicadeza extrema, y la rodeo con uno de los rubios largos y lacios cabellos , que la joven había dejado en un arbusto mientras escapaba de aquella batalla consigo misma en el interior de la espesura de la memoria. Al contacto, comenzó a liberarse la fragancia de las musas, inspiradora para cualquiera, y la rosa se elevo lentamente al canto de las hadas de la vidriera de cristal, hasta perderse en la oscuridad de la noche, dejando solo visible, el profundo destello que al contacto emitía el dorado cabello. Al final se posó en la inmensidad del cielo, y allí reposo durante la eternidad, para contemplación de todas aquellas almas necesitadas de un poco de inspiración en el infierno humano en el que se plantean vivir muchos día a día.

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