martes, 7 de agosto de 2012

Episteme.

El agudo pitido y el humo que provenían de la chimenea de piedra indicaban que su té ya estaba listo. Atabiado con su  ropa mas oscura, bebió el té a prisa, evitando quemarse las heridas de la comisura de los labios, y sin fregar la pequeña y frágil taza cogió su larga gabardina negra y marchó apurado, dejando la pequeña estufa de carbón encendida. Las campanadas del reloj de la alta y esbelta torre de la catedral daban las 6. Los repiques no sonaban alegres como el canto de los pájaros, sino que tenían un sonido quedo y mustio, el suficiente como para avisar a los viandantes de que otra hora más pasaba en aquel valle de lágrimas. A pesar de la hora, la ciudad parecía sumida ya en las sombras de la noche. Aquel suntuoso edificio, diseñado por genios de la arquitectura en tiempos en los que la fe en la humanidad se erigía en la alta pirámide del racionalismo recién nacida, era el epicentro de la tragedia. Un triste funeral acongojaba a las cientos de familias de los mineros fallecidos en el fusilamiento. Ya era el cuarto gran fusilamiento de la ciudad en los pocos meses de guerra, que había dejado demasiados sueños y corazones rotos en aquel frío invierno.
Clavados en afiladas estacas, los sentimientos habían sido asesinados uno a uno, delante de todos, y varias veces. Los sentimientos en personas habían sido condenados con cadena perpetua ,y el amor con la muerte.  Solo se premiaba el placer. Los jóvenes habían sido obligados a desaprender las palabras libertad, amor, sentir, ciencia, abrazos, querer, derechos, investigar, saber, conocimiento... Y habían sido obligados a aprender otras muchas como deber, obligaciones, ejercito, militares, patria, lealtad, fidelidad....
La nueva dictadura impuesta tras la publica ejecución del anterior alcalde, promotor de la cultura y el bienestar, había sumido al pueblo en la miseria. Pero no solo en la miseria material, sino cultural, social e ideológica, lo que es aun mas triste.Se había decretado el cierre de escuelas, bibliotecas, la universidad había sido demolida, miles de libros, grabaciones y filmes quemados en la plaza, las murallas se habían reconstruido y las armas eran el nuevo dios al que debería adorar la sociedad. Planetarios, salas de conferencias, patios culturales, auditorios, el conservatorio, y los diversos teatros eran ahora polvorines y armerías custodiadas por militares. Los ilustrados que se habían resistido a abandonar su vida habían sido fusilados al instante, ante los ojos de cualquiera que pasase por aquel desgraciado lugar, al tiempo que se alegaba la salvación de la nación con aquellos fatidicos actos. 
Caminaba presuroso por las resbaladizas y tenebrosas calles, esquivando a los agentes y militares a toda costa, una ardua tarea, porque estaban por casi todas partes. Milagrosamente llegó sano y salvo al local clandestino, aunque impregnado en sudor por el subidón de adrenalina. 
El local era pequeño, estaba húmedo y la única fuente de luz eran las diversas velas dispersas por la habitación. El único mobiliario eran una grandes estanterías abarrotadas de libros como si hubiesen sido apilados a toda prisa, y una gran mesa redonda con unos pintorescos personajes que estaban sentados al rededor de ella. Ancianos y jóvenes, altos y bajos, delgados y gordos, para entrar en aquel lugar solo había un requisito: defender la cultura y la educación por encima de todo. Algunos aun conservaban en el rostro el reflejo de la peligrosa huida hacia aquel nefasto exilio interior. Algunos tenían moratones, huesos rotos y heridas que un medico debería examinar con urgencia, pero la causa que estaban defendiendo paliaba todos los dolores. Todos sabían que un pueblo sin cultura es un pueblo manejable. 
A pesar de todas las atrocidades cometidas por los salvajes soldados del ejercito de la decadencia y de todos los lugares destruidos por aquellos insensatos habían conseguido salvar unos pocos resquicios que escondían en siete locales de ese tipo repartidos por toda la ciudad. Estaban claramente en desventaja, pero sabían que jugaban con una gran carta, y es que lo que pretendían arrebatarles, sus conocimientos, sus derechos, su cultura, no era algo solo material, recogido en libros o en instrumentos, sino que la esencia de todo aquello residía en las personas, y gracias a los azares del destino, no todo el mundo en aquella sociedad había abandonado esa esencia a su suerte.
Llegados al punto en que una parte importante de la sociedad no valora la cultura ni el conocimiento de ningún tipo, ni musical, ni literario, ni artístico, ni científica, ni incluso religioso, parece el momento de plantearse qué es lo que falla en la educación de esos pobres desdichados, que no saben que es el placer de escuchar una canción preciosa por primera vez, de leer una novela fantástica, de descubrir cosas acerca del mundo que nos rodea, de descubrir nuevas formas de plantearse la existencia, de explorar para descubrir los horizontes del conocimiento humano.
Esos pobres infelices, que comparten mas cosas con los animales que con el pensamiento humano, se verán superados por todos los motivos anteriores, que ellos, orgullosos de su ignorancia, se niegan a experimentar y optará por utilizar su única alianza, la fuerza. Pero la fuerza solo diezma, no destruye el conocimiento. Y si acaban con todos aquellos que valoran cualquier atisbo de cultura mediante las armas, sus diosas, construirán el mundo más pobre que jamás podría existir. Pues un pueblo sin cultura esta vacío y su existencia carece sentido. Y una cultura basada en la ignorancia, no es cultura, pues la cultura requiere conocimiento. Si nos vemos destruidos por este espantoso modo de vida, creo que podemos afirmar por fin, que la esencia humana ha perecido a lo largo de la historia.
" Todo sistema guarda en sí mismo el germen de la autodestrucción." Karl Marx

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