lunes, 2 de noviembre de 2015

#ViajesLiterarios : Los Saqueadores

"Something Missing here" 



Estaba sentado junto a las rocas, odiaba la arena, le parecía demasiado molesta. Miraba al horizonte, mientras el sol ascendía por la bahía acurrucado por la suave bruma de la mañana. James no podía creer lo que había pasado aquella noche, cuando todo cambio de repente. Se sintió frio, a pesar de que la sangre roja le bañaba las manos y le había empapado los pantalones del traje. No pudo creer como había sucedido. “No he sido yo.” Se repitió por enésima vez en su cabeza. “No ha pasado otra vez” se dijo mientras se levantaba. Era el cuarto amigo que perdía en toda su vida, una vez más de nuevo a  manos de los Saqueadores. Había crecido huyendo de ellos, a sabiendas de que nunca le llegaría el momento del descanso, hasta que fuera el último.
Aquel viaje a Benidorm no le había ayudado para nada a escapar de los Saqueadores. Se trataba de la banda de asesinos y mercenarios más peligrosa en toda Europa, y también de la más antigua. Nadie conoce ni habla de sus orígenes, siempre han estado ahí, acechando desde tiempos inmemoriales, pero desde la muerte de la madre de James, estaban recobrando el poder que los había hecho atemorizar a millones de personas en el pasado.
Aquel 21 de Julio de su infancia, James había tenido que presenciar como los saqueadores irrumpían en su casa, echando la puerta abajo y sumían su vida en la oscuridad más profunda. Él aun era un niño. Su madre había tratado de protegerlo, pero el precio que tuvo que pagar por ello fue demasiado alto. Los Saqueadores conocían el secreto de la familia Hollow, y eran tan antiguos como la dinastía de la poderosa familia mágica que se ocultaba entre los humanos, cambiando de ubicación a lo largo de Alemania, Francia, Italia, Suiza y España durante siglos. Después de haber debilitado considerablemente a los Saqueadores durante las cruzadas, la sombra de los mercenarios se oculto entre las sombras de Estambul durante siglos, mientras que los Hollow, la única familia mágica que había sobrevivido a las batallas, huyó hacia Europa para escapar del infierno de vida que los saqueadores les proporcionaban cada día.
Así, habían logrado establecerse en un pequeño pueblo alemán, y disimular su apariencia, pasando su secreto de generación en generación hasta que llegó el invierno de las sombras. Aquella fatídica noche, los Hollow pasaron de nuevo a la etapa de su historia en la que no pudieron establecerse mucho tiempo en la misma ciudad, hasta los tiempos en los que James vive.
Aparecían en sus sueños, todas las noches, las sombras que lo habían envuelto y lo habían tele transportado hasta aquella colina en la lejanía de la pequeña cabaña en la que vivía con su madre y su hermano a las afueras de una pequeña villa. La fuerza del hechizo lo había dejado exhausto, y no tenía apenas fuerzas para respirar, pero sabía que la fuente de aquella magia ya había perecido. Y sintió ese frío que los vivos no pueden sentir.
Sentado, miraba la costa mientras pensaba en la muerte de Eric. Había sido su compañero de viaje desde que lo encontrase hace 4 cuatro años, cuando perdió a Paul, en aquella pequeña ciudad gris al norte del mar Báltico. Pero además de su compañero de viaje había sido su amigo, un verdadero amigo, como ese hermano con el que solía jugar y con el que jugaba cuando eran pequeños y madre aun vivía. Sin embargo, había pasado mucho tiempo desde que había dejado de vivir cuando se conocieron. Había aprendido a desconfiar de todo, y de todos. Pero aun así, Eric consiguió ganarse su confianza y lo había ayudado a ocultarse durante los últimos años de los Saqueadores, que sin descanso y merced, no dejaban de acechar en la oscuridad, cada vez más poderosos.
El sol le cegó, pero no le importó, decidió que ya era hora de levantarse, de olvidar lo que había ocurrido, y pensar en su amigo como otro nombre más que añadir a la lista. Fingió, y se puso las gafas de sol. “Mejor” pensó. Se levantó de un salto y dio media vuelta para comenzar a vagar por las calles de la ciudad tan desierta por la mañana como lo está un desierto a medio día. Era la hora, otra vez. Era hora de cambiar de sitio de nuevo, de comenzar otra vez a viajar para encontrar un nuevo lugar en el que ocultarse de los Saqueadores de nuevo.
Pasó a lo largo de una larga calle de tiendas cerradas, con los ojos atentos mirando hacia los lados, por si las moscas, a pesar de que estaba bastante seguro de que los Saqueadores se mantendrían a raya al menos durante dos noches. Tras el asesinato cometido por el Capitán Negro, el saqueador más bárbaro de la élite, encargado de mancillar la muerte de su madre, había perseguido a James a lo largo de toda su vida. Pero James no era de esa clase de personas a las que se les da bien huir, tenía que combatir, y gracias a sus habilidades y a su maña, las batallas alejaban a la tropa de Saqueadores durante algún tiempo, aunque cada vez eran más frecuentes, y lo dejaban completamente agotado. Aun así, su madre le había enseñado bien cuando uno no puede vencer a los Saqueadores, motivo por el cual su familia llevaba vagando décadas.
Estaba completamente rendido por dentro, y lo peor de todo era que también comenzaba a estarlo por fuera. De modo que decidió que lo mejor era cambiar de táctica y volver a cambiar  de lugar, de huir de aquella morada de dolor que ya había sido sellada con sangre. “Un lugar menos para vivir algún día” pensó. Se dirigió a la estación de autobuses, y con ayuda de su cara bonito y de alguna triquiñuela mágica, consiguió comprar un pasaje hacia el norte, en uno de esos autobuses que tardan horas en cruzar la península y que tan insufribles son para las señoras con abanico.
Echó una ojeada más a la ciudad que aquella noche había amparado el macabro espectáculo en el que el alma de Eric se había evaporado entre girones de luz y oscuridad para malograrse y dar vida a un nuevo monstruo, con el que James probablemente tendría que enfrentarse en el próximo destino.
El autobús partió y se dirigió hacia el norte, por las estrechas carreteras comarcales que conectan los pequeños pueblos de la España profunda. James se mantuvo todo el viaje atento, mirando por la venta, oteando algo que llamase su atención en alguno de los pequeños pueblos. Sin embargo, todos ellos parecían similares a grandes rasgos, pequeñas casitas rodeando un alto campanario y una pequeña plaza en las que las ancianas se sentarían a comentar sobre el paso del tiempo.
Siguió su camino en el autobús, esperando a que alguna parada lo llamase lo suficiente como para desprenderse de su incómodo asiento en ese autobús. Observó como las pequeñas colinas se transformaban en montes cada vez más altos, y como el mar ya no se divisaba al este, en el horizonte. Los colores cambiaron, y se tornaron marrones y verdes ocuros, y luego color piedra. Después, marrón de nuevo. Allí, el autobús se detuvo, y el conductor le indicó que se bajase. Se encontraban en una gran ciudad en mitad de la nada, bañada por un gran rio, pero no creyó que aquel pequeño desierto fuera un lugar adecuado para bajarse, de modo que se hizo con otro billete de tren y continuó su travesía.
“Con suerte hoy no me darán alcance”. Tenía que alejarse más, no bastaban unas pocas horas en autobús para despistar a los saqueadores. Se decidió a viajar unas cuantas horas más, y así, siguió observando los paisajes que le rodeaban. Esta vez, sin embargo, el sol comenzó a bañar los bosques de pinos por los que transcurría el tren anunciando el ocaso de un largo día de travesía hacia lo desconocido. A medida que se desplazaba hacia el norte, y a pesar de la oscuridad, James podía percibir como los paisajes se tornaban cada vez más verdes y los bosques más frondosos. El tren discurría entre curvas, a veces más pronunciadas de lo que le habría gustado al estómago de James. ¡Estaba hambriento! Se dio cuenta de que no había comido nada y se dijo que sería lo primero que haría nada más llegar a su desconocido paradero.
La ultima para del tren llegó en mitad de una noche invernal, no demasiado tarde pero más oscuro de lo que sería recomendado. “Donostia - San Sebastián” rezaba uno de los carteles de la estación. Bajó del tren y se fue a la cafetería de la estación, donde un hombre barrigón secaba unas tazas y ponía café a hervir.
-          Un café solo y un bollo, no me importa cual, por favor. – dijo James. El camarero le sirvió a los pocos momentos. Pagó, y no intercambió más conversación.
Una mujer con cara de pocos amigos lo miraba desde la otra punta de la cafetería mientras ojeaba un periódico. No era la clase de mujer que esperaba encontrarse en aquel lugar a aquella hora, pero por alguna razón hubo algo en ella que llamó la atención de James, de modo que se acercó hasta la mesa de al lado y comenzó a hablarle:
-          Perdona, ¿Sabes de algún lugar un poco alejado en el que pueda pasar la noche? Acabo de llegar a la ciudad y necesito un lugar para quedarme esta noche.
La mujer lo miró, como sorprendida de su forma de hablar, y James se percató de los dos rubíes que llenaban las cuencas de sus ojos, de modo que no dijo palabra durante unos minutos, hasta que la mujer habló.
-          Hay una pequeña posada, cerca de una ermita en un pueblo cercano. Podrías ir en autobús, pero es demasiado tarde para cogerlo. Puedo acercarte, en caso de que estés interesado. – Sorbió su café y continuó leyendo su periódico como si James no estuviera ahí.
James se quedó pensativo. Seguía inmerso en los ojos de la mujer. Al rato, terminó su café y se levantó. La mujer lo imitó y ambos caminaron al exterior de la estación, donde una lluvia fría se dejaba caer por las calles. El coche estaba aparcado en la acera de enfrente. Se montaron y ella empezó a conducir, despacio pero sin detenerse, hacia las afueras de la ciudad.
James seguía pensativo. Las viejas historias de su madre decían que los ancestros de los Hollow, aquellos que habían conseguido sus poderes, tenían los ojos rojos como rubíes y que  eran temidos por ello, como precio a pagar por sus poderes. James no solía prestar demasiada atención a aquellas historias, pero de pronto todo parecía cobrar sentido, y algo en su interior le decía que debería seguir a aquella mujer. Condujeron durante unos 15 minutos, en silencio. El calor del coche amodorraba a James, que sabía que debía permanecer alerta, pero de pronto se sentía cansado, muy cansado y sin fuerzas como para preocuparse.
El coche se detuvo en la calle de un pequeño pueblo costero a unos 25 minutos de la ciudad en la que se habían reunido. Era bastante pequeño como para pasar algunos días sin levantar sospechas, pero no los suficientemente grande como para esconderlo siempre.
- Bienvenido a Zumaia. – Dijo la misteriosa mujer. Apagó el motor del coche y se bajó. James se desperezó e hizo lo propio. La mujer lo acompañó por la calle principal de la ciudad hasta llegar a un pequeño albergue.
- Aquí podrás descansar esta noche. Espero que hayas tenido un buen viaje. Descansa. – Seguía penetrándolo con esos profundos ojos rojos como rubíes. La mujer volvió al interior del vehículo, pero no arrancó, sino que se quedó sentada observándolo. James no estaba seguro de qué había pasado por su cabeza para montarse en aquel coche al llegar a una ciudad desconocida, pero en aquel momento decidió guarecerse de la lluvia en el interior del albergue.
Reservó una habitación para la noche, y pidió a la amable posadera algo para comer. Le atendieron realmente bien, aunque después de todo lo que había ocurrido en los últimos días toda buena conducta era de agradecer. Trató de conciliar el sueño en la habitación, pero no podía, estaba demasiado activo. Su cerebro no podía dejar de pensar en la mujer de los ojos rojos y en lo rara que había sido su experiencia con ella.
Tras dos horas dando vueltas en la cama, decidió que lo que necesitaba no era dormir, de modo que se vistió, cogió su cazadora y se dispuso a salir a dar una vuelta por el pequeño pueblo. Tuvo que coger el paraguas, la lluvia se había transformado en un aguacero inexpugnable, pero no le importaba, siempre le había gustado la lluvia.
Subió por una colina a través de una de las calles del pueblo y dio con la ermita de la que le había hablado la mujer, y en verdad vio como la lluvia le daba un toque mágico que las olas del mar embravecido golpeando contra los acantilados acompañaban.
Continuó hacia la parte trasera, donde podía vislumbrar el océano en todo su esplender. “El antiguo fin del mundo, el Atlántico, el océano mágico.” Los relámpagos decoraban la escena al fondo, donde probablemente algún marinero estaría en apuros en su barcaza en mitad de la tempestad. Contempló las rocas y los acantilados, y decidió explorar la oscuridad. Descendió por un pequeño saliente hacia las rocas, aproximándose al furioso mar con cautela.
De pronto, una luz roja asomó entre las rocas más próximas a las olas. James no podía creerlo: la mujer de los ojos rojos estaba tendida sobre las rocas, semi-desnuda, abatida por el océano que la balanceaba inmóvil. James sintió un golpe de calor en su interior que lo desestabilizó de pronto, y lo hizo rodar unos metros por las rocas: cayó en plano. Hacía muchísimos años que no sentía semejante calor en su interior. Consiguió incorporarse, y sin dudarlo, se dirigió a socorrer a la mujer roja. El mar pareció escucharle, y embravecido lo golpeaba una y otra vez contra las rocas, impidiendo su avance, pero James tenía que alcanzarla, el calor había vuelto, había vivido.

Alcanzó a la mujer, que seguía inconsciente brillando como la lava de un volcán en la mitad de la oscuridad. El resplandor de sus ojos estaba parcialmente oculto por su pelo, de modo que le lo retiró y quiso contemplar si seguía sin vida, pero tras ello, no había mujer de ojos rojos. En lugar de ello, una grotesca imagen de su madre lo miraba con los ojos y la boca en llamas. De pronto, lo agarró con sus manos y James sintió fuego en la garganta. Su cabeza fue sumergida en el agua que comenzó a hervir mientras la vida de James desfilaba ante sus ojos y el cálido sabor de la sangre inundaba sus sentidos. 

Espero que este relato os haya gustado. A continuación el siguiente relato comienza en este mismo lugar donde el mío ha terminado, Echadle un vistazo! 
http://sangreportinta.blogspot.se/2015/11/viajesliterarios-amor-del-mar.html

lunes, 13 de julio de 2015

Bon voyage #UnaImagenMilPalabras

Pieza musical inspiradora: 

Imagen Utilizada para la composición del texto: 

Es el momento. Apagas el móvil, guardas la tarjeta de embarque y te acomodas en el asiento para despegar. Estás muy nervioso, no es la primera vez que viajas en avión, ni será la última, pero cada viaje es una aventura. París, Roma, Londres… Irse unos días a la aventura por tu cuenta es una gran experiencia, tanto personal como intelectual. Poder planear los días como quieras, conocer otras culturas, visitar los monumentos más grandiosos jamás construidos por la humanidad, son cosas muy agradecidas de cuando en cuando.
Hay momentos en los que, rodeado de tal grandeza, incluyendo plazas gigantescas, basílicas descomunales a divinidades archiconocidas, parques infinitos o paisajes enternecedores y llenos de humanidad, te sientes pequeño, muy pequeño. Te das cuenta de que por trepidantes que parezcan las historias de tu vida desde fuera, por lo atareado que pueda ser tu día a día, o la ingente cantidad de detalles que lo componen, eres una minucia en el mundo. Y no digamos en el universo.
Sin embargo, ese sentimiento empequeñecedor merece la pena en comparación con todas las nuevas experiencias que estos grandes viajes aportan a tu vida. Ayudan a descubrir nuevas facetas de la gente, nuevas perspectivas sobre la vida, la forma de invertir nuestro tiempo, qué es lo que realmente nos importa en la vida, y qué buscamos para ser felices. Pero sobretodo, para lo que más sirve viajar, es para descubrirte a ti mismo.
Ese tiempo en el que tus ojos se maravillan con el coliseo, la torre Eiffel o el Big Ben, sirve de mucho para madurar ese yo interior que todos llevamos dentro. Ese pequeño niño asustadizo del mundo en general, que regamos poco a poco con experiencias y que se va metamorfoseando en un hombre a base de vivir, se enriquece mucho viajando, visitando sitios nuevos. Disfruta aprendiendo de lo nuevo, y, aunque en parte seamos inconscientes de ello, disfruta mucho de esas nuevas vistas que le hacen un poquito más sabio.
Ya veis, son todo ventajas, y aunque no sea un camino de rosas planear un viaje a lo desconocido, la mayoría de la gente coincide en que es una de las cosas que todo el mundo debería hacer cuando es joven, antes de estar encadenado a un trabajo, o formar una familia. Desde pequeño lo has escuchado: “Viaja mientras seas joven, luego apenas tendrás tiempo.” ¡Qué razón!
No soy ni muchísimo menos un viajero experto ni el más indicado para dar consejos, pero por mis breves pero intensas experiencias, lo recomiendo mucho. Puede que suene un poco a loco de la pradera, y que al principio resulte un poco confuso o temerario, pero luego mejora. Poco a poco te vas abriendo a la gente y te das cuenta de lo bonito que es charlar con personas  de lugares diferentes cuya cultura es completamente diferente a la tuya. Y es que por muy breve o superficial que sea ese contacto, las diferencias que aprecian te hacen darte cuenta del concepto de heterogeneidad que define el mundo.
Tendemos a pensar que somos todos iguales, que todos seguimos los mismos cánones y que estamos todos en el mismo saco, unos más dentro y otros más fuera, y que todos nos dirigimos hacia un mismo fin. Mentira, hay diversas opiniones, culturas, posturas, y aunque no todas sean de nuestro gusto, creo que es muy recomendable tener una panorámica de este lugar llamado mundo en el que nos ha tocado vivir, porque conociendo un abanico más amplio, sabremos mejor qué hacer con la nuestra, y hacia dónde dirigirnos.

En resumen: viajad, nunca os cerrareis puertas, sino que abriréis ventanas para airear los polvorientos ideales anquilosados del pueblo que dominan la vida de los que como bueyes, solo saben mirar hacia adelante sin pararse a degustar los paisajes del camino. 

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Enlace a la lista de participantes del proyecto: #UnaImagenMilPalabras


Enlace al proyecto Reivindicando Blogger gracias al cual se ha realizado este proyecto #UnaImagenMilPalabras

jueves, 28 de mayo de 2015

Bio

A veces confiar en uno mismo trae consecuencias irrevocables, de las cuales uno no puede escapar, y así, se sume en un profundo bucle de autodestrucción y lloriqueos. No hay nada más cruel, sanguinoliento, y espinoso a nivel emocional que la apoptosis emocional, el suicido social, y las ganas de morir. Y poca gente las conoce a nivel real. No soy ni mucho menos uno de esos desafortunados; gracias a los astros, aun conservo o creo conservar la luz que guía mi esperanza, la voz que susurra que la batalla no está perdida, y que resurgir de las cenizas nos hará más fuertes como al ave fénix. 
Pero es cansado, ¿sabéis? A veces pasa, que cuando no sabes donde estás, quién eres, qué estás haciendo, qué haces leyendo la página 145 por decimocuarta vez o por qué has dejado que se te enfriase el café sobre la mesa, en ese momento, es cuando decides abandonar y dejarlo todo. Y es que seguir supone sangre, y desde niños se nos ha inculcado que la sangre no es algo bueno, deseable, o que merezca la pena. 
Y no avanzas, y te quedas apesadumbrado en la butaca, entre las sombras de las farolas de la ría y la lampara de la mesilla de noche, que baila al son de la corriente, como si satán tratara de decirte: "Duerme". Y te rindes, y piensas que ya nada merece la pena, que te acabas de defraudar a ti mismo. Todo tu sistema de valores se desploma; la ejecución de esa preciosa sinfonía que es tu vida se ve interrumpida por un politono de Movistar, y saludas desde abajo a los doctores con bata mientras envían el ultimo paper a la revista de moda. Pero hasta los grandes manuscritos tienen tachones y cambios de armonía. 
Quizás he vuelto a divagar más de lo que es necesario, e incluso aceptable. Quizás esto sea inaudito, pero permitidme que valore la posibilidad de creer en la capacidad del ser humano para sobrepasar fronteras, que dude de los limites de lo inescrutable, que me cuestione la existencia de la verdad, porque todos estos son temas que personalmente superan mi actual entendimiento, mas no por ello me gustaría dejar de seguir las pesquisas que se les escapan y vamos recogiendo con nuestros sentidos. Y es que, si los filósofos se empeñaron en superar estas fronteras, no soy nadie para detenerme a superar las fronteras de esta carrera que te consume como una hoguera bajo una estrellada noche de invierno. Pero por el camino, pienso.

jueves, 9 de abril de 2015

Overthinking (in Spanish)

A veces, conviene plantearse las cosas desde otra perspectiva, sin embargo, salirnos tanto de nuestro propio personaje en algunas historias, intentar ver el preciado monumento desde todos los ángulos, puede hacernos revolotear demasiado ante el problema, y así parecer pajarillos canturreando alrededor de las circunstancias sin nada que hacer. Y no. No es así, porque mientras no hacemos nada, estamos haciendo, y en concreto estamos haciendo mal.


No quiero que con estas líneas se intuya que lo mejor es actuar cuanto antes y de la forma que sea, porque tampoco lo creo así. Si creo que es necesario valorar el momento en que el que se ha roto el equilibrio por cavilar.  A veces, en todas esas vueltas que les damos a las cosas ya se nos han centrifugado demasiado las ideas, y es hora de empezar a tender las cosas que hemos sacado en claro.

“Piensa nueve veces y a la décima, habla” me decía mi maestra de cuando era niño. Es una costumbre difícil de adquirir, y es más fácil caer en el vicio, de hablar sin pensar, de hacer por hacer, y luego ya, si es caso, nos arrepentimos todos y pedimos perdón con el rabo entre las piernas. No olvidemos, no obstante, que en el reino de los obstinados existe el vicio contrario, el de cavilar y revisar todos los puntos uno por uno, de dos en dos, y en todas sus combinaciones posibles, bailando el macabro vals de los pensamientos, en el que la música nunca muere, las sonrisas están puestas con grapadora, y los pies no se agotan de danzar y dar vueltas mientras se sirve un infinito cóctel de dudas, errores, prejuicios y contradicciones.

 Y lo peor, que en este salón de ‘almas perdidas’, una profunda escalera descendente, oscura y profunda, engulle a los bailarines en el fango de la esperanza a la inversa, de la que no hay escapatoria (excepto con esperanza). Quizás la solución sea recorrer el camino al revés, ir hacia atrás y subir la escalera de espalda, suspendidos en la seguridad de las pequeñas cosas, en la evidencia de lo diminuto. Ayudarse de las pequeñas grandes cosas, las que nos hacen sentirnos sonrientes a las mañanas, o seguros en las decisiones importantes, y en las que se apoyan todos nuestros preciados modelos y esquemas sobre una buena vida. 
No lo sé, al fin y al cabo si lo supiera supongo que estaría estudiando la solución, y probablemente no la contaría. Porque al fin y al cabo así de egoísta es el ser humano.


“And I remember when I met him.

It was so clear that he was the only one for me.”