viernes, 18 de marzo de 2016

No vuelvas a Japón

A veces pienso, y no me gusta pensar, que pienso demasiado. Pienso en qué es pensar, y pienso que no siempre está bien. Hay pensamientos que sin confusos y que en lugar de aclararnos nos nublan la mente. Pensar no aclara dudas, pensar sólo hace que volvamos a los orígenes y que dudemos de todo excepto de unas pocas cosas, que de poca ayuda nos son en la mayoría de ocasiones. Pensar no es fácil, es difícil. Y aun más lo es pensar bien.

Aprender a pensar es una de las grandes carencias de la educación actual. Sin embargo, la sociedad es condescendiente, pues se empeña en abrumarnos con cantidades ingentes de información y basura visual y auditiva para evitar que ejecutemos el ejercicio de la razón demasiado a menudo. Sin embargo, se trata de un flaco favor, puesto que los dilemas morales y situaciones descabelladas a las que uno debe hacer presente durante su vida permanecen, de modo que nosotros somos los que estamos más incapacitados para resolverlas, o dicho de otro modo, para reflexionar sobre ellas. Quizás, y sólo quizás, si supiéramos un poco más acerca de modos de pensamiento, no acabaríamos enmarañados en la tremendamente complicada teoría de cuerdas que se cierne sobre nosotros en determinadas situaciones.

Pensar es un lío, y a veces es mejor optar por la opción fácil y apagar el interruptor que da cuerda a ese soldadito interior que se queda haciendo la guardia hasta por la madrugada, y disfrutar de las cosas que tenemos, porque esas son las que más importan en este momento.

Vamos a dejar de trazar líneas de pensamiento hasta Japón, y vamos a intentar centrarnos en un detalle, en esos pequeños detalles que son claves, que nos definen que son la argumentación clave de todas nuestras acciones. A veces, no hace falta irse tan lejos para encontrarse a uno mismo.

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