Cuanto tiempo. Lo
siento, esto está un poco empolvado. Y si, si temes a las arañas, mejor no mires
las telarañas. No tenía pensado utilizar este refugio de nuevo. Bueno, refugio
o no tan refugio, las líneas de desvarío son lo mejor que tengo en estos
momentos, y se comenta que recientes investigaciones afirman que tienen efectos
beneficiosos para la salud (física será, porque mental…).
¡Puaj! Qué asco de
lenguaje científico se ha apoderado de mí, ¿no crees? No se qué hacerle, tantas
horas enfrascado en esas entretenidas reacciones. Menos mal que llegó el
turrón, y con él las cosas más importantes que atender, sino, puede que me
hubiese convertido en un enzima.
Ya, basta. En fin,
te contaría que tal están todos, cuan altos, o que nuevos cortes de pelo hay,
pero no merecería la pena. Tampoco los conoces, bueno, a veces me da la
impresión de que ni siquiera los conozco yo. Pero es mentira, solo son exacerbados
intentos por alejarme de la puta realidad.
“Puta vida tete”. ¿La
sociedad? Bueno, sigue como siempre, decadente sin causa, basta como el asparto
y con una tontería que se regodea en la falsa inteligencia. Hay unos señores
muy famosos (políticos, creo que se hacen llamar), que están jugando una
partida de ajedrez muy bonita. ¡Y se apuestan nuestras vidas! Te encantaría, tú que siempre has sido fan de la crueldad, de lo tétricamente fantasioso y de la
inmundicia. Lo mejor sin duda es que la gente esta petrificada, dando la
espalda. Parece que hay cosas tan fantásticas que importan más que los
derechos, que encandilan con una brizna de sonido y con una imagen. Yo creo que
no es más que un poderoso placebo, al que por lo visto, tras tanto tiempo en un
laboratorio, parezco ser inmune.
La bella dama, ha caído
en un sueño profundo, se ha desplomado desde la mas alta torre, y se ha abierto
la cabeza contra el tercer escalón de su palacio. Quedó todo hecho un
estropicio. Sangre y sesos por todos lados. Quitar las manchas de vísceras es
la peor tarea del universo. Aun así, dicen que ni siquiera aquella tremenda caída,
consiguió despertarla de su letargo inmortal. Yo sin embargo, puede que pecando
por enésima vez de optimista, creo que se tuvo que despertar, y aunque sea
abrir un milímetro los ojos, para ver el mundo por última vez. Sería muy triste
que solo llevase al nuevo mundo el recuerdo vil y sanguinario de los demonios y
titiriteros que la engatusaron hasta deshidratar el último soplo de magia de su
sangre.
Una historia
triste, sí.
A pesar de la
conmoción, no consigo desentrañar aun la razón por la que relleno el blanco de
nuevo. Es extraño, jamás antes me había ocurrido. Es como tener una bandada de murciélagos
en la cabeza. Por lo menos sé que estos no son negros, ni tan feos, y que
suelen llamarse, pensamientos, sentimientos, y los peores, Dudas. Creo que
llevan celebrando el nuevo año, que eclosionará en unas horas, como cosa de una
semana. No cesan de revolotear campantes por los recovecos de mi cráneo,
gritando palabras, susurrando a las neuronas, malversando las ideas,
coaccionando a la imaginación, y desordenando todo lo que encuentran a su paso.
Mi caos ordenado se
ha convertido en un caos caótico.
Lo nuevo, se mezcla
con lo viejo, los recuerdos, con imágenes de futuro. Los pilares que sostienen
las delicadas galerías de cristal en las que se aposenta el corazón de mi
cabeza, se vuelven añicos, y se desmenuzan, igual que un humilde anciano
desmenuza el pan para dárselo de comer a las palomas. El problema es que estas
palomas son carnívoras y tienen sed de que los millones de escombros
puntiagudos, afilados y gélidos impregnados de nostalgia, rasguen las cartas
del pasado, rompan los lienzos del futuro, y se claven en los tiempos del
presente, provocando un efluvio de realidad.
Realidad, como es
de esperar, real, con sus grises y sus llantos, su frío viento y su lluvia,
amargura y lágrimas, entrecruzadas con los suspiros a la deriva del negro
despertar del mundo de los sueños. Abandonado lo tengo, aquel, mi pequeño
mundo, en el que nimiedades eran aventuras, y donde parecía que todo cobraba
vida con el soplo de alegría de la sonrisa del café de cada mañana. Sin duda,
el peor momento de ese despertar es cuando lo intrascendente se vuelve
trascendente. Pero vamos, resumiendo, que despertar en esta tormenta, de arena,
cuchillos y oleadas de rencor no ha sido nada fácil.
Esa necesidad de querer dormir otra vez acurrucado
entre los brazos de la tranquilidad, reposar cinco minutos más en la paz de la
infancia, pasar otra tarde mas en las soleadas llanuras de la inocencia. Eso es
lo único que pido, y una de las pocas cosas imposibles en el mundo.