"Something Missing here"
Estaba sentado junto a las rocas,
odiaba la arena, le parecía demasiado molesta. Miraba al horizonte, mientras el
sol ascendía por la bahía acurrucado por la suave bruma de la mañana. James no
podía creer lo que había pasado aquella noche, cuando todo cambio de repente.
Se sintió frio, a pesar de que la sangre roja le bañaba las manos y le había
empapado los pantalones del traje. No pudo creer como había sucedido. “No he
sido yo.” Se repitió por enésima vez en su cabeza. “No ha pasado otra vez” se
dijo mientras se levantaba. Era el cuarto amigo que perdía en toda su vida, una
vez más de nuevo a manos de los
Saqueadores. Había crecido huyendo de ellos, a sabiendas de que nunca le
llegaría el momento del descanso, hasta que fuera el último.
Aquel viaje a Benidorm no le
había ayudado para nada a escapar de los Saqueadores. Se trataba de la banda de
asesinos y mercenarios más peligrosa en toda Europa, y también de la más
antigua. Nadie conoce ni habla de sus orígenes, siempre han estado ahí,
acechando desde tiempos inmemoriales, pero desde la muerte de la madre de James,
estaban recobrando el poder que los había hecho atemorizar a millones de
personas en el pasado.
Aquel 21 de Julio de su infancia,
James había tenido que presenciar como los saqueadores irrumpían en su casa,
echando la puerta abajo y sumían su vida en la oscuridad más profunda. Él aun
era un niño. Su madre había tratado de protegerlo, pero el precio que tuvo que
pagar por ello fue demasiado alto. Los Saqueadores conocían el secreto de la
familia Hollow, y eran tan antiguos como la dinastía de la poderosa familia
mágica que se ocultaba entre los humanos, cambiando de ubicación a lo largo de
Alemania, Francia, Italia, Suiza y España durante siglos. Después de haber
debilitado considerablemente a los Saqueadores durante las cruzadas, la sombra
de los mercenarios se oculto entre las sombras de Estambul durante siglos,
mientras que los Hollow, la única familia mágica que había sobrevivido a las
batallas, huyó hacia Europa para escapar del infierno de vida que los
saqueadores les proporcionaban cada día.
Así, habían logrado establecerse
en un pequeño pueblo alemán, y disimular su apariencia, pasando su secreto de
generación en generación hasta que llegó el invierno de las sombras. Aquella
fatídica noche, los Hollow pasaron de nuevo a la etapa de su historia en la que
no pudieron establecerse mucho tiempo en la misma ciudad, hasta los tiempos en
los que James vive.
Aparecían en sus sueños, todas
las noches, las sombras que lo habían envuelto y lo habían tele transportado
hasta aquella colina en la lejanía de la pequeña cabaña en la que vivía con su
madre y su hermano a las afueras de una pequeña villa. La fuerza del hechizo lo
había dejado exhausto, y no tenía apenas fuerzas para respirar, pero sabía que
la fuente de aquella magia ya había perecido. Y sintió ese frío que los vivos
no pueden sentir.
Sentado, miraba la costa mientras
pensaba en la muerte de Eric. Había sido su compañero de viaje desde que lo
encontrase hace 4 cuatro años, cuando perdió a Paul, en aquella pequeña ciudad
gris al norte del mar Báltico. Pero además de su compañero de viaje había sido
su amigo, un verdadero amigo, como ese hermano con el que solía jugar y con el
que jugaba cuando eran pequeños y madre aun vivía. Sin embargo, había pasado
mucho tiempo desde que había dejado de vivir cuando se conocieron. Había
aprendido a desconfiar de todo, y de todos. Pero aun así, Eric consiguió
ganarse su confianza y lo había ayudado a ocultarse durante los últimos años de
los Saqueadores, que sin descanso y merced, no dejaban de acechar en la oscuridad,
cada vez más poderosos.
El sol le cegó, pero no le
importó, decidió que ya era hora de levantarse, de olvidar lo que había
ocurrido, y pensar en su amigo como otro nombre más que añadir a la lista.
Fingió, y se puso las gafas de sol. “Mejor” pensó. Se levantó de un salto y dio
media vuelta para comenzar a vagar por las calles de la ciudad tan desierta por
la mañana como lo está un desierto a medio día. Era la hora, otra vez. Era hora
de cambiar de sitio de nuevo, de comenzar otra vez a viajar para encontrar un
nuevo lugar en el que ocultarse de los Saqueadores de nuevo.
Pasó a lo largo de una larga
calle de tiendas cerradas, con los ojos atentos mirando hacia los lados, por si
las moscas, a pesar de que estaba bastante seguro de que los Saqueadores se
mantendrían a raya al menos durante dos noches. Tras el asesinato cometido por
el Capitán Negro, el saqueador más bárbaro de la élite, encargado de mancillar
la muerte de su madre, había perseguido a James a lo largo de toda su vida.
Pero James no era de esa clase de personas a las que se les da bien huir, tenía
que combatir, y gracias a sus habilidades y a su maña, las batallas alejaban a
la tropa de Saqueadores durante algún tiempo, aunque cada vez eran más
frecuentes, y lo dejaban completamente agotado. Aun así, su madre le había
enseñado bien cuando uno no puede vencer a los Saqueadores, motivo por el cual
su familia llevaba vagando décadas.
Estaba completamente rendido por
dentro, y lo peor de todo era que también comenzaba a estarlo por fuera. De
modo que decidió que lo mejor era cambiar de táctica y volver a cambiar de lugar, de huir de aquella morada de dolor
que ya había sido sellada con sangre. “Un lugar menos para vivir algún día”
pensó. Se dirigió a la estación de autobuses, y con ayuda de su cara bonito y
de alguna triquiñuela mágica, consiguió comprar un pasaje hacia el norte, en
uno de esos autobuses que tardan horas en cruzar la península y que tan
insufribles son para las señoras con abanico.
Echó una ojeada más a la ciudad
que aquella noche había amparado el macabro espectáculo en el que el alma de
Eric se había evaporado entre girones de luz y oscuridad para malograrse y dar
vida a un nuevo monstruo, con el que James probablemente tendría que
enfrentarse en el próximo destino.
El autobús partió y se dirigió
hacia el norte, por las estrechas carreteras comarcales que conectan los
pequeños pueblos de la España profunda. James se mantuvo todo el viaje atento,
mirando por la venta, oteando algo que llamase su atención en alguno de los
pequeños pueblos. Sin embargo, todos ellos parecían similares a grandes rasgos,
pequeñas casitas rodeando un alto campanario y una pequeña plaza en las que las
ancianas se sentarían a comentar sobre el paso del tiempo.
Siguió su camino en el autobús,
esperando a que alguna parada lo llamase lo suficiente como para desprenderse
de su incómodo asiento en ese autobús. Observó como las pequeñas colinas se
transformaban en montes cada vez más altos, y como el mar ya no se divisaba al
este, en el horizonte. Los colores cambiaron, y se tornaron marrones y verdes
ocuros, y luego color piedra. Después, marrón de nuevo. Allí, el autobús se
detuvo, y el conductor le indicó que se bajase. Se encontraban en una gran ciudad
en mitad de la nada, bañada por un gran rio, pero no creyó que aquel pequeño
desierto fuera un lugar adecuado para bajarse, de modo que se hizo con otro
billete de tren y continuó su travesía.
“Con suerte hoy no me darán alcance”.
Tenía que alejarse más, no bastaban unas pocas horas en autobús para despistar
a los saqueadores. Se decidió a viajar unas cuantas horas más, y así, siguió observando
los paisajes que le rodeaban. Esta vez, sin embargo, el sol comenzó a bañar los
bosques de pinos por los que transcurría el tren anunciando el ocaso de un
largo día de travesía hacia lo desconocido. A medida que se desplazaba hacia el
norte, y a pesar de la oscuridad, James podía percibir como los paisajes se
tornaban cada vez más verdes y los bosques más frondosos. El tren discurría
entre curvas, a veces más pronunciadas de lo que le habría gustado al estómago
de James. ¡Estaba hambriento! Se dio cuenta de que no había comido nada y se
dijo que sería lo primero que haría nada más llegar a su desconocido paradero.
La ultima para del tren llegó en
mitad de una noche invernal, no demasiado tarde pero más oscuro de lo que sería
recomendado. “Donostia - San Sebastián” rezaba uno de los carteles de la
estación. Bajó del tren y se fue a la cafetería de la estación, donde un hombre
barrigón secaba unas tazas y ponía café a hervir.
-
Un café solo y un bollo, no me importa cual, por
favor. – dijo James. El camarero le sirvió a los pocos momentos. Pagó, y no
intercambió más conversación.
Una mujer con cara de pocos
amigos lo miraba desde la otra punta de la cafetería mientras ojeaba un
periódico. No era la clase de mujer que esperaba encontrarse en aquel lugar a
aquella hora, pero por alguna razón hubo algo en ella que llamó la atención de
James, de modo que se acercó hasta la mesa de al lado y comenzó a hablarle:
-
Perdona, ¿Sabes de algún lugar un poco alejado
en el que pueda pasar la noche? Acabo de llegar a la ciudad y necesito un lugar
para quedarme esta noche.
La mujer lo miró, como
sorprendida de su forma de hablar, y James se percató de los dos rubíes que
llenaban las cuencas de sus ojos, de modo que no dijo palabra durante unos
minutos, hasta que la mujer habló.
-
Hay una pequeña posada, cerca de una ermita en
un pueblo cercano. Podrías ir en autobús, pero es demasiado tarde para cogerlo.
Puedo acercarte, en caso de que estés interesado. – Sorbió su café y continuó
leyendo su periódico como si James no estuviera ahí.
James se quedó pensativo. Seguía
inmerso en los ojos de la mujer. Al rato, terminó su café y se levantó. La mujer
lo imitó y ambos caminaron al exterior de la estación, donde una lluvia fría se
dejaba caer por las calles. El coche estaba aparcado en la acera de enfrente. Se
montaron y ella empezó a conducir, despacio pero sin detenerse, hacia las
afueras de la ciudad.
James seguía pensativo. Las viejas
historias de su madre decían que los ancestros de los Hollow, aquellos que
habían conseguido sus poderes, tenían los ojos rojos como rubíes y que eran temidos por ello, como precio a pagar por
sus poderes. James no solía prestar demasiada atención a aquellas historias,
pero de pronto todo parecía cobrar sentido, y algo en su interior le decía que
debería seguir a aquella mujer. Condujeron durante unos 15 minutos, en
silencio. El calor del coche amodorraba a James, que sabía que debía permanecer
alerta, pero de pronto se sentía cansado, muy cansado y sin fuerzas como para
preocuparse.
El coche se detuvo en la calle de
un pequeño pueblo costero a unos 25 minutos de la ciudad en la que se habían
reunido. Era bastante pequeño como para pasar algunos días sin levantar
sospechas, pero no los suficientemente grande como para esconderlo siempre.
- Bienvenido a Zumaia. – Dijo la misteriosa
mujer. Apagó el motor del coche y se bajó. James se desperezó e hizo lo propio.
La mujer lo acompañó por la calle principal de la ciudad hasta llegar a un
pequeño albergue.
- Aquí podrás descansar esta
noche. Espero que hayas tenido un buen viaje. Descansa. – Seguía penetrándolo
con esos profundos ojos rojos como rubíes. La mujer volvió al interior del vehículo,
pero no arrancó, sino que se quedó sentada observándolo. James no estaba seguro
de qué había pasado por su cabeza para montarse en aquel coche al llegar a una
ciudad desconocida, pero en aquel momento decidió guarecerse de la lluvia en el
interior del albergue.
Reservó una habitación para la
noche, y pidió a la amable posadera algo para comer. Le atendieron realmente
bien, aunque después de todo lo que había ocurrido en los últimos días toda
buena conducta era de agradecer. Trató de conciliar el sueño en la habitación,
pero no podía, estaba demasiado activo. Su cerebro no podía dejar de pensar en
la mujer de los ojos rojos y en lo rara que había sido su experiencia con ella.
Tras dos horas dando vueltas en
la cama, decidió que lo que necesitaba no era dormir, de modo que se vistió, cogió
su cazadora y se dispuso a salir a dar una vuelta por el pequeño pueblo. Tuvo
que coger el paraguas, la lluvia se había transformado en un aguacero
inexpugnable, pero no le importaba, siempre le había gustado la lluvia.
Subió por una colina a través de
una de las calles del pueblo y dio con la ermita de la que le había hablado la mujer,
y en verdad vio como la lluvia le daba un toque mágico que las olas del mar
embravecido golpeando contra los acantilados acompañaban.
Continuó hacia la parte trasera,
donde podía vislumbrar el océano en todo su esplender. “El antiguo fin del
mundo, el Atlántico, el océano mágico.” Los relámpagos decoraban la escena al
fondo, donde probablemente algún marinero estaría en apuros en su barcaza en
mitad de la tempestad. Contempló las rocas y los acantilados, y decidió explorar
la oscuridad. Descendió por un pequeño saliente hacia las rocas, aproximándose al
furioso mar con cautela.
De pronto, una luz roja asomó
entre las rocas más próximas a las olas. James no podía creerlo: la mujer de
los ojos rojos estaba tendida sobre las rocas, semi-desnuda, abatida por el
océano que la balanceaba inmóvil. James sintió un golpe de calor en su interior
que lo desestabilizó de pronto, y lo hizo rodar unos metros por las rocas: cayó
en plano. Hacía muchísimos años que no sentía semejante calor en su interior. Consiguió
incorporarse, y sin dudarlo, se dirigió a socorrer a la mujer roja. El mar
pareció escucharle, y embravecido lo golpeaba una y otra vez contra las rocas,
impidiendo su avance, pero James tenía que alcanzarla, el calor había vuelto, había
vivido.
Alcanzó a la mujer, que seguía
inconsciente brillando como la lava de un volcán en la mitad de la oscuridad. El
resplandor de sus ojos estaba parcialmente oculto por su pelo, de modo que le lo
retiró y quiso contemplar si seguía sin vida, pero tras ello, no había mujer de
ojos rojos. En lugar de ello, una grotesca imagen de su madre lo miraba con los
ojos y la boca en llamas. De pronto, lo agarró con sus manos y James sintió
fuego en la garganta. Su cabeza fue sumergida en el agua que comenzó a hervir
mientras la vida de James desfilaba ante sus ojos y el cálido sabor de la
sangre inundaba sus sentidos.
Espero que este relato os haya gustado. A continuación el siguiente relato comienza en este mismo lugar donde el mío ha terminado, Echadle un vistazo!
http://sangreportinta.blogspot.se/2015/11/viajesliterarios-amor-del-mar.html