sábado, 24 de noviembre de 2012

Moonlight train.

Despertarse de aquel sueño que revivía la peor de sus pesadillas reales en su vida no era una sensación agradable. A pesar de que era muy temprano y de que el carro de Apolo aun no había comenzado su viaje, decidió que sería buen momento para comenzar el largo y apasionante día que lo esperaba. Sin embargo, al darse la vuelta para poder desenredarse de las sabanas, Morfeo decidió secuestrarlo de nuevo. Tal vez eso fuese lo mejor. A pesar de haber dormido una cantidad de tiempo el doble de su dosis habitual, aquello había parecido convertirse en una droga. Las noches eran el único momento de paz en el trascurso de las semanas. Y a pesar de que dedicaba gran porción de ellas a hablar con la gente que de verdad le importaba, los sueños se antojaban demasiado apetecibles en mas de una ocasión.
Los ángeles del pasado, presente y futuro elevaban todos sus pensamientos hacia el cielo del olvido, aletargando sus fastuosos problemas, que regresarían en el brusco despertar de la melodía de piano del amanecer. Sus rostros, ocultos por una luz blanquecina cegadora, se reconvertían en todas las personas que habían jugado algún papel estratégico en su vida. Las estrellas de la imaginación descendían fugaces sobre la faz de aquella tierra fantasiosa, aportando contradicciones reales, infinitos imposibles y tiempos superpuestos en una atmósfera de cálidos y reconfortantes vapores de sentimientos.
Las marcas que la gente graba a fuego son permanentes en el corazón y permanecerán ahí por mucho que esa gente desaparezca. Esto podría parecer divertido incluso, pero cuando la ausencia se hace insoportable, dichas marcas se convierten en abrasadoras puñaladas de dolor que desangran poco a poco a la felicidad, que tantas veces es secuestrada en el periodo de las lunas que dura una vida.

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