viernes, 25 de enero de 2013

Ecos nocturnos


El susurro nocturno y grave del coro de los arboles del bosque mágico resonaba entre los ululantes sonidos del viento. Las hojas, cadáveres inertes del frío del otoño, se arremolinaban dejando resonar el eco de sus crujidos en la oscuridad de la noche. Los murciélagos del dolor, ocultos en sus nidos, analizan despacio, con sus brillantes ojos, el suelo cubierto en busca de su desayuno. Los gruesos copos de nieve se deslizaban suavemente atravesando el cortante y gélido aire nocturno. Las hojas verde escarlata del bosque, cubiertas por cristal helado, reflejaban los destellos de los rayos de la luna, como una gran perla en la inmensidad de la noche.
Los sentimientos, congelados en la noche, formaron estalactitas de lagrimas, que penden de la punta de las delicadas ramas de los arboles del deseo, ahora inertes y grises. Tiemblan mientras escuchan el réquiem de la magia.
Una gota, se desliza suavemente por el extremo de una rama, arrastrada por las manos del viento, cae al vacío de la noche. Se desprende suave, como la caricia de un minino, como el primer rasgado del silencio, seguido de las demás notas que lo llenan de color.
La vida, es un croma gris que nos ha tocado decorar, y con mayor o menor destreza, cada uno tiene que saber dónde colocar las guirnaldas de alegría y las bolas de tristeza. Porque hay partes claras y oscuras, pero no todo es blanco o negro, y la solución casi siempre se esconde entre los grises.
Las robustas raíces de los árboles emergen del corazón de la tierra, arrancando de cuajo los trazos del suelo cubierto de derrotas. Son las fibras del corazón de la madre tierra, que sigue bombeando energía a sus seres que invaden la naturaleza. 
Es un paisaje de reflexión  de pensamiento, de locura decadente, de sueño de vigilia, de embriaguez fantasiosa. Es el pequeño refugio en el que arrastro el baúl de incredulidades y malicia, la capa de timidez sonrojada y mi sombrero de pajaritos azules que me protege de los meteoritos de realidad.

1 comentario:

  1. Hijo mío, no sé qué te dieron de pequeño para desayunar, pero es que cada vez que leo algo tuyo me da un no sé qué que no sé cómo explicártelo *A*

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