jueves, 18 de julio de 2013

Solo de pensarlo...

Un soplo de alas frescas le acariciaba desde el exterior del agua tibia del baño. Sumergido, olvidaba sus problemas y se zambullía en sus mil y un fantasías y gracias sin gracia, desastres agradables y sonrisas sin mejillas. Un mundo en el que valía la pena luchar. 
El error más grande que cometió fue vivir del recuerdo en lugar de investigar. Lanzarse a la aventura, atajar por las espesas selvas del conocimiento, cortando con el afilado machete de la experiencia las ramas de la ignorancia, plaga de aquel idilio y furibundo sueño empolvado en rastros azulados de agónica fantasía. Aquello si que habría sido una aventura.
El atrevimiento no es desconsiderado, es una forma preciosa de decir "Buenos días" a la vida. Podemos viajar, atentos a cada minúsculo detalle, y a la vez desconcertados y atónitos por la belleza, la pureza impura y la fragilidad de la perfección que brota de cada nuevo paisaje a la vuelta de la esquina.
Ya no queda otro remedio, es hora de marchar. Quedarse, supone el suicidio, y el silbido del revisor de la estación es demasiado ensordecedor y estremecedor como para no obedecerlo. Vuela. Salta, despega como arpegio desbocado en un acorde. Lucha y vive, se fuerte, porque siempre regresas a la calma, hagas lo que hagas. No hace falta volver, a casa, eso son tan solo detalles espaciales para los escépticos. 
Hogar es donde la calma te besa el corazón, y donde tus parpados pueden descansar cerrados, reposando bajo el aleteo calmado de todos los deseos dorados y barrocos, que son lucero en la vida y que nos rodean siempre, salvándonos de catástrofes inexpugnables y de los bailes demoníacos de la hipocresía inmoral, que infesta esos tumultos de intento de civilización que alguien se empeñó en elevar hasta el cielo.
No somos dioses del mundo. No somos dioses de la tierra. No somos dioses de nosotros mismos. No somos nada, más que unos pequeños grandes querubines intentando comprender como hemos acabado en este infierno sentimental y sin salida. Orfebres de catedrales a nuestro ego, cultivado y enaltecido a dimensiones sin sentido. 
¿Qué hacer? Bailar.

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