sábado, 3 de agosto de 2013

Mirrors

Salió de la ducha y le lloraba el cuerpo, el pelo, los dedos de las manos y hasta los ojos. Se cubrió con una toalla que le pareció lo más suave del universo, tacto cálido, como el abrazo de un amigo. Se miró en un espejo que de reflejó la imagen más delicada de su vida. Frágil, como el murmullo del arrollo en una noche de verano, devolvía una mirada siniestra y cansada, de niño enclaustrado en una apestosa fábrica gris. El calor lo había empañado todo, y un vapor perfumado con olor a lilas le rodeaba en aquel baño diminuto, puro, blanco y exquisito, refugio de todos los males de la catástrofe llamada planeta tierra.

Aquella tarde, entre las calles del infierno, infestadas de verano y fuego, aletargadas y empalagosas, se le habían roto todos los abrazos y las caricias que estaban guardadas delicadamente en las vitrinas de cristal de la memoria de Futuro, entre los recuerdos canosos y los instantes previos a nacer. Todo se convirtió en cenizas azuladas, con toques de esmeralda, que languidecían mientras los vientos del huracán pasado ululaban y golpeaban con son mortífero las ventanas del palacio de la imaginación.

Los días verdes y soleados fueron arrasados y mancillados, como las excavadoras arrasan con un parque para hacer el nuevo edificio de oficinas de la millonaria multinacional. Pálidos y tímidos pensamientos asomaban de entre los escombros, teñidos del negro de la impotencia y del fucsia zalamero e indigesto del egoísmo propio.


El ocaso, fuera, tocaba ya a su fin y la tormenta se cernía, grande, fuerte y orgullosa. Hora de cerrar puertas y ventanas, tomar las finas barras del incienso de la calma y dejarse teletransportar por unas pocas líneas que un perturbado dejó para el recuerdo, hasta que la sombra y la oscuridad del cansancio se apoderé del pobre ánima que se cortó con la daga de los sueños.

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